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En septiembre, de vuelta al cole otra vez….

Un año tras otro, siempre lo mismo,… sensaciones, caprichos, inquietudes, revuelos familiares, compras, cambios,… forrar libros, preparar carteras, actualizar el uniforme, completar los estuches, acomodar los hábitos, volver a las viejas y buenas costumbres,… todo un rollo,… Bien venido y bien recibido, porque en cierto modo septiembre, lo que si consigue es normalizarnos; es decir, en esta época, coincidiendo con la vuelta al cole, hacemos que nuestra vida se formalice. Y si eso es así, se debe a que desde finales de junio, ya no ha sido normal nada. Los días laborables parecían domingos, los domingos, también; los días festivos, los descubríamos a media mañana, en la calle solitaria, precisamente al ir a comprar el pan o la prensa (porque afortunadamente, en verano, se vuelven a leer los periódicos); las comidas tenían horarios extraños, las siestas y las noches también; las tareas y todas las rutinas, estaban alocadas, parecían justificar toda distracción y no pasaba nada por desayunar con el almuerzo, comer en la merienda, cenar a deshora y, si se terciaba, no cumplir siquiera las obligaciones (salvo las estrictamente necesarias). Por eso acabamos siendo tan condescendientes, incluso con los pequeños de la casa. En verano, no hay problema, porque la transgresión es sinónimo de vacaciones: podemos hacer las cosas de cualquier manera, que nunca pasa nada.

Pero, en septiembre,… ¡ay, septiembre…!, es un mes en el que todo cambia. Porque en los hogares, sí, en todos, como les decía, la vida, no sin esfuerzo, se encarrila. Vuelve a lo que nunca debió dejar de ser. Y eso nos altera por completo (¡vaya paradoja!). Lo bien que nos sentimos, aunque en principio pareciera que llegábamos con el rumbo perdido. Lo que ha sido, ya no puede ser y, lo que tiene que ser, aún no lo tenemos asumido. La vuelta al cole institucionaliza precisamente ese cambio de rumbo, que durante unos días, nos pilla (a todos) con el pie cambiado. Circunstancia que algunas entidades comerciales, aprovechan para ofrecer el mejor de los servicios con el que resolvernos todos los problemas: desde el tema del uniforme, a la más completa dotación del equipaje escolar. Sus anuncios nos emboban con una tentación tan dulce que, una vez la vorágine haya pasado, descubriremos el acopio de productos innecesarios, de más o incluso de menos, que hemos sido capaces de atesorar. Es más, al pasar revista, es cuando nos daremos cuenta de todo lo que precisamente, olvidamos comprar y ahora, que ya es tarde, echaremos en falta… lo imprescindible, para la escuela. Y para la vida, pues cada curso, lo personal también necesita su intendencia.

La cuestión es que estamos ante un mes, voraginoso en exceso. Y, aunque sólo sea por higiene mental, no nos conviene que lo sea. La vuelta al cole debiera tener otro planteamiento. Debiera tenerlo. Al menos no es necesario que resulte traumática, ni problemática. Ha de suponer un acopio de ilusión para los escolares y, para nosotros, orden en el hogar, serenidad en la vida familiar y cordura en la sociedad. Sí, también un poco de cordura, porque la pasión pseudocomercial, acaba convertida en un problema de nervios para todos en la familia. ¡Qué ganas tengo ya, que empiece el colegio!… En su fuero interno, ¿quién no lo ha pensado alguna vez? Unos, intuitivamente, otros a gritos, todos, lo sentimos y hasta lo decimos, sin darnos cuenta que con esa expresión, se va mermando el cúmulo de energía positiva recopilada durante el verano y, lo dejamos en la reserva para el resto del año.

O, más bien, inevitablemente, de ese modo habrá de ser. Ya que tras el relajo estival, la experiencia indica que cada año se repite la misma vuelta a la rutina, un regreso por inmersión, paulatino, perezosamente y espontáneamente, alcanzado. Sabemos que es cuestión de tiempo y, en cierto modo, nos lo tomaremos, para ir poco a poco consiguiendo esa anhelada tranquilidad. Y con ella, nuestro sentido crítico se irá activando, el ritmo de la vida cotidiana se acelerará de manera incontrolada, el lenguaje parecerá dispararse y, cuando menos lo esperemos, la normalidad ya campeará a sus anchas por nuestra vida, reduciendo las recientemente pasadas vacaciones, a un lejano y casi inalcanzable espejismo. Con servil sometimiento, aceptaremos ese largo peregrinar del invierno, que al frente, ocupa toda nuestra visión, la pantalla por completo y, que nos acompañará hasta que podamos repetir el ciclo una vez más,… el año próximo.

De momento, tenemos por delante un mes muy, muy intenso. Todos. Los niños por la ilusión que se vislumbra, tras cada página que hojean. Los adultos, remembrando esas tiernas sonrisas, que evoca el recuerdo de las que otrora también se saborearon y, nuestros mayores, proyectando la satisfacción de la vida felizmente entregada. Así que para todos tiene y, resulta un mes de cierta anhelo contenido. El comienzo de un nuevo curso, en cierto modo, parece un cumpleaños global pues seguramente, así lo sentimos, en estas fechas, cada año. Por proximidad, o por lejanía, todos, en septiembre, es cuando pasamos la hoja del calendario y cumplimos.

Por eso, es tan importante la referencia del cole. Y así me gustaría que, amables lectores, lo vierais. Con inquieta satisfacción, pues al igual que cada septiembre el calendario lanza una nueva página al viento, en la familia, los zapatos y el uniforme mudan la talla, los libros engordan un poquito y, la compra del material escolar, nos confirma la autonomía que han ido consiguiendo los que identificábamos como «los pequeños de la casa». Cada septiembre descubrimos con sorpresa que han crecido y, en algunos casos, que ¡son enormes!,… Es la vida, el continuo deambular que protagonizamos juntos, una secuencia que crece a nuestro propio ritmo. O quizás sea que nos sentimos más y más mayores. De cualquier modo, me quedo con la añoranza de lo que hemos ido descubriendo, cada septiembre escondido en todas y cada una de las primaveras celebradas, por la ilusión descorchada con todas las vueltas al cole que hemos tenido el gusto de presenciar. Hoy, mejor que nunca, podemos decir alto y claro, que merece la pena haberlas vivido.