Por más que nos lo repiten, la
realidad parece ser otra. Nos sentimos trasladados en el tiempo:
teletransportados dicen, a otro mundo. El covid-19 (un nombre muy cientÃfico)
ha entrado en nuestras vidas y, como un vendaval, lo ha puesto literalmente
patas arriba. Todo. Todo.
Quiero fijarme en aquella
cuestión que siempre me ha interesado, por lo que no quiero que esta hecatombe
distraiga de ningún modo mi pensamiento pedagógico. La pedagogÃa que cada uno
hacemos y practicamos en la convivencia cotidiana. También en tiempos de
“locuraâ€, como este que nos está tocando vivir; ahora, la pedagogÃa, funciona y
reacciona. FÃjense hasta qué extremo, que incluso el gobierno ha querido hacer
pedagogÃa. Pues nosotros, que lo tenemos más, fácil, ¿por qué no?
Estos dÃas, hemos asistido a una
realidad más real que virtual. Ha sido una semana espectacular: los niños en
casa, los estudiantes en casa, los padres en casa, todos en casa. Trabajando
más que nunca. Más activos sin saber el por qué. Pareciera que nos hayamos
vuelto locos, o quizás sea que la actividad resulte el mejor antÃdoto ante la
dispersión y el desconcierto que nos invade.
Teletrabajo ha sido la palabrita
mágica. Hemos trasladado toda nuestra vida a la red, a la nube. Y eso no puede
ser asÃ. Yo creo que no está bien. Normalidad no puede ser caos. Ni el caos
puede librarnos de la hecatombe vivida. Veamos a nuestros peques. ¡Cuánto hemos
dicho aquello de “me gustarÃa tener tiempo para jugar con ellosâ€! Bien, pues el
primer resquicio de tiempo que nos asoma, además ilimitado, por decreto ley,
nos ha hecho inventar el teletrabajo, para tener a todo el mundo ocupado. A los
niños atareados y, a los demás, padres, maestros, entorno en general,
justificados y tranquilos. Si los niños están activos, yo estoy tranquilo. No,
eso no puede ser.
No se nos ha ocurrido plantearnos
redescubrir el ocio, minimizar la actividad y maximizar el deleite. Y pasando
por el siempre socorrido “jugar juntosâ€, reformular el “juntos†en multitud de
facetas de la vida cotidiana. Me consta cómo hay gente que se está inmiscuyendo
en la cocina, para entretener su tiempo juntos, entre cacerolas y cacharros. O
quienes, tirando de imaginación, pintan, colorean, bailan, danzan, tocan,
cacharrean y descubren el ritmo de sus vidas. ¿por qué no? No necesariamente
hemos de proyectar en una programación la cotidianeidad de nuestro dislate.
Dejemos que los niños vivan y, con ellos, sus papás, la familia y … hasta las
mascotas. ¿Qué hay tiempo para todo, como señalan los más visionarios? Pues
efectivamente, como hay tiempo para todo, hagamos todo. Lo malo es cuando ese
“todo†carece de contenido y no se sabe qué esconde.
Asà que yo les invito a
descubrirse, a redescubrirse, a redescubrir la familia, a redescubrir las
relaciones, a tener contacto (por mucho que los expertos en el “coronavirusâ€
ese, nos digan lo contrario), entre nosotros, a conocernos unos a otros, a
conocer a nuestros pequeños, a aprender de nuestros mayores, incluso a
encontrarnos a nosotros mismos y, lo que es más importante, a vivir, vivir y
vivir. Cada momento con la intensidad que ese bichito no puede ni debe
quitarnos. La vida de verdad. La nuestra. Ãnimo.