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Más allá del veintitrés de abril…

Una fecha interesante, de todos conocida y reconocida es el 23 de abril, un día recordado por muy diversos motivos. Hay lugares donde se conmemora el día de San Jorge; en Aragón por ejemplo, donde se celebra el día de su martirio (ocurrido esa fecha del año 303), significándolo como el día de la Comunidad. En Cataluña lo dedican a este mismo patrón (ellos le dicen  Sant Jordi), y lo declaran festivo, pues reivindican la cultura catalana celebrando la conciliación del amor y la literatura, regalando un libro y una rosa (costumbre ya más extendida, que se inspira en el color de la sangre derramada por el dragón derribado por el santo). En nuestro caso, la historia se encarga de significar convenientemente ese día, conmemorándolo como la fiesta del libro, una efeméride que formalizó mediante decreto el rey Alfonso XIII en el año 1926, aunque luego vino la UNESCO, y el año 1995 le confirió rango internacional, por coincidir esa fecha (1616) la muerte de dos de las personalidades más importantes de la literatura universal: Miguel de Cervantes y William Shakespeare (un tercer ilustre que falleció ese día había sido Inca Garcilaso de la Vega). No obstante, la idea de la celebración literaria habría que atribuírsela más bien al escritor valenciano Vicente Clavel Andrés, quien lo propuso en 1923 a la Cámara Oficial del Libro de Barcelona, iniciativa que tres años más tarde, como decíamos, consiguió la ratificación real, pretexto que sirvió para que una vez que el entorno sociocultural lo asumiera y el político lo refrendara, todos los años se nos inunde ese día con la convocatoria de todo tipo de actos, siempre con el libro como tema central. Sea como fuere, ese veintitrés de abril, ahora aparece señalado en nuestras agendas como el “día del libro” y lo conmemoramos regalándonos libros, rosas, textos y todo tipo de recordatorios con motivos literarios.

De este modo, como “la ocasión la pintan calva”, los “mentideros” editoriales y todo el mundo que se mueve en torno a la cultura del papel, ha ido con el tiempo conformando un profundo sedimento en esta efeméride, reforzado por la entrega que en nuestro país se hace ese día del galardón más prestigioso que existe en la literatura española: el premio Cervantes, que el rey lo lleva hasta la cuna cervantina, en la noble Universidad de Alcalá, para entregárselo a un escritor, o escritora reconocida en lengua castellana. Así, a base de regalarnos libros, de realizar públicas lecturas, de convocar actos en memoria del libro, de organizar actividades dentro y fuera de los contextos escolares, y un interminable etcétera, hemos conseguido que lo reconozcamos como un evento de prestigio, donde se practica el ansiado regalo y se comparte el interés que ahora todos tenemos porque se nos reconozca el prestigio cultural que nos confiere adquirir el estatus de “lectores”, amantes de los libros.

Total, que es un día de fiesta; para los libreros y para nosotros; y para los floristas también. Porque la mayoría, ese día, nos regalamos libros y rosas o rosas y libros: lo hace el padre con la madre, la hermana con el hermano, el abuelo a la nieta, la sobrina a su tío, el novio que quiere quedar bien, y la esposa, el compañero o la amiga que también, los colegas para “coleguear” y hasta algún que otro jefe, un poco espabilado, se marca un buen tanto aprovechando la ocasión. A todo el mundo le parece una estupenda ocasión, para cumplir en tono cultureta. Por ello, no resulta extraño, encontrar campañas que promocionen esa masiva venta de libros: del 10% Off (de descuento), concursos, quedadas, performances, exposiciones, grafittis, cursillos, representaciones, puestos callejeros de venta, depósitos de libros, apertura de bibliotecas, propuestas sorprendentes, inauguraciones especiales, cafés literarios y un largo etcétera de eventos que llenan a rebosar el día y colman de sabor literario los más recónditos rincones de nuestras estanterías.  Actividades, cuyos efectos se nos van poco a poco, quedando alojados en la memoria, y aparecen en la vida cotidiana sin necesidad de reclamarlos; casi por “evocación espontánea”. Todo en un día. De algún modo, lo que se celebra ese día, queda entre nosotros, impregnando los poros de nuestra piel. Y es mejor que así sea. Yo diría que incluso, necesario. Porque es bueno que, de vez en cuando, se nos recuerde quiénes somos y de dónde venimos, y que gozamos de una cultura, a la que todos, cada uno en su medida, contribuimos.

Y aquí quería yo llegar. Celebrar el día del libro está muy bien, pero no tiene, ni debe, quedar en eso, en un día. Todos ustedes que me leen, estoy seguro, me dan la razón. Ahora que han transcurrido más de tres cuartos de siglo de celebración, parece necesario romper la monotonía de un día, y aportar referentes que permitan su celebración el resto del año, los otros trescientossesentaycuatro “no efemérides” en que también es posible recordar la importancia de leer. Al fin y al cabo, la literatura, nuestra literatura, recoge la esencia de nuestro pensamiento y conviene que nos acostumbremos a ejercitarlo con asiduidad.

Me van a permitir ustedes que aproveche el escaparate que supone este periódico, para reclamar una presencia más frecuente de la cultura literaria y lectora, en nuestra cotidianidad. En  realidad, pienso que debiera ser así. Conviene que leamos con la misma asiduidad con la que tomamos un café, vemos una serie de televisión o compartimos una charleta por whatsapp. Como digo, las letras, las palabras, deben entrar en nuestra vida, con naturalidad y con normalidad. Y todos hemos de sentirnos responsables, todos; porque todos somos garantes de esa, nuestra cultura. ¿Cómo? Desde luego, habrá que hacerlo con un poco de creatividad.

Por mi parte, sugeriré un par de iniciativas que, si se llevan a efecto, conseguirán no sólo dignificar la lectura, sino que también, nos permitirían cambiar un poco la cultura del entorno y, de paso, conferir valor a nuestra idiosincrasia popular. Suponen un beneficio social grande; para conseguirlo, es fundamental que se impliquen nuestras instituciones (no me refiero a organismos oficiales sino a la sociedad civil), sumando esfuerzos, haciendo que todos pongan su mirada al frente, asumiendo la necesidad de apoyo que tiene la lectura, e implicándose muy directamente. Por ejemplo, agrupaciones culturales, como la Sociedad Cántabra de Escritores, el Centro de Estudios Montañeses, fundaciones como la de Gerardo Diego, o alguno de nuestros Ateneos, podrían inspirar y ayudar a empresarios a través de sus Cámaras o a los comerciantes asociados, dándole difusión a estas dos propuestas. Incluso alguna de las universidades (hay cuatro en nuestra región), que se alinean con los garantes de la cultura, podrían perfectamente implicarse. Voy con ellas:

Con la primera pretendo sensibilizar fundamentalmente a los libreros, verdaderos mediadores y referentes estructurales. Para hacernos idea de su potencial, acudimos a la web del gremio que si bien no indica el número de librerías asociadas con que cuenta la región, si los sumamos a las bibliotecas y ludotecas que realizan una función divulgadora similar en todos los rincones de nuestra geografía provincial, se conforma un excelente frente de activos, comprometidos con nuestra cultura… ¿Saben que contamos con varios cientos de autores “vivos”, de esos que viven la puerta de al lado, cuyas obras tienen que ser difundidas fuera de Cantabria porque de puertas para dentro apenas tienen difusión? Siento verdadera lástima (grima, diría más bien) cada día que paso frente a algunas de nuestras librerías, y veo cómo tienen sus escaparates profusamente dedicados a los superventas, sin percatarse de que están completamente vacíos de nuestra propia cultura regional. ¿Tan difícil resultaría ofrecer alguna referencia de nuestra literatura regional en el expositor? Haciendo patria. Aunque no sea por lo que se venda, al menos sería un ejercicio de respeto por el entorno cultural. Anímense, señores libreros, que es fácil (un autor, una obra, una temática, …); de este modo, queda satisfecha su aportación al diezmo comunitario. Y donde digo librería podríamos decir biblioteca, centro cultural, colegio y todo aquel que se sienta partícipe del acervo popular, porque nuestra tierruca es vasta y extensa. Se trata de poner entre todos, en valor, nuestra cultura regional.

La segunda iniciativa, de entrada, he de reconocer que no es mía. Quiero decir que no se me ha ocurrido a mí, porque la he visto plasmada en una lejana ciudad, cuyo resultado me pareció excelente. Se trata de decorar los escaparates (frutería, barbería, restaurante, bar, estanco, papelería, panadería, … ) de todo comercio que se precie y demuestre una mínima sensibilidad por la cultura, con frases (escritas a rotulador) de nuestros propios escritores (actuales o antiguos, todo suma). Aquí es posible establecer la colaboración que las sociedades culturales pueden brindar a los comercios y librerías, pues ellos son los que mejor dinamizan la cultura del entorno. Para cualquiera de éstas, resulta fácil ofrecer un amplio catálogo de citas, que el comerciante puede plasmar en el cristal de su escaparate. Ahí, acompañado del nombre de su autor o su autora, nos permitiría tomar mejor conciencia de “todo” lo que tenemos, de lo nuestro. Bien fácil. Escrita así, a mano, expuestos a cualquier consideración grafológica, con un simple rotulador, se transmite mayor sensibilidad pues cuando el escrito se personaliza, es más fácil hacerlo, y sentirlo, propio. ¿Véis qué fácil resulta culturizar la ciudad, el barrio, el pueblo…? Es algo más, porque simboliza un interés y un compromiso. Si, además, procedemos a practicar ese noble ejercicio de dejar algunos libros al albur de nuestros vecinos (depositados en establecimientos, tiendas, bancos, o estantes)  “remataríamos” la campaña.

27.05.2024

Mi experiencia de abuelo…

Quizás, una de las experiencias más placenteras que podemos tener en la vida, sea ejercer de “abuelo”. Pero no el título ese que es posible llevar, muchas veces, con más peso que gloria (como le ocurría al personaje de la obra de Pérez Galdós), por aquello de que es un “oficio” que nos llega con una cierta edad. Sino aquel otro que se ejerce a base de horas de compañía, paseos interminables tirando del carrito o acompañando en el parque para empujar el columpio; vivencias que siempre acaban en una espera pacientemente contemplativa, para que Morfeo nos visite y deposite su efecto reparador, en el bebé, o en nosotros, o en ambos.

A mí me ha llegado la ocasión recientemente (hija, nunca te lo agradeceré suficientemente) y, como todos, orgulloso me siento de contar con ese premio. Me ofrece experiencias insospechadas: un beso limpio, cargado de gratitud, una caricia tenue, sostenida en el espacio y el tiempo, la mesura con que se desliza un peine por mi alborotada cabeza, una sonrisa de complicidad o el candor de la mirada que lo acompaña. No hay calificativos que puedan describir esos momentos robados a la intimidad.

Tuve la suerte de disfrutar de unos abuelos solícitos, que siempre acompañaron mis juegos, orientaron mis escapadas y limitaron algún que otro desliz. Me enseñaron muchas cosas, como sólo los abuelos son capaces de hacer. Y todas las conservo en el corazón de los recuerdos envueltas en una nostalgia, que ahora es capaz de aflorar cuando en mí, brota el deseo de replicar esas sensaciones y conseguir que mis nietas, lleguen a albergar en el suyo mi compañía, totalmente entregado, con enorme gratitud, como estoy haciendo.

No conozco a ningún abuelo que no exprese otro sentimiento, diferente a éste. Algunos dicen que, entrando en años y viéndose aproximar el periodo final de la existencia, se despiertan emociones que llevan a disfrutar un plus de cariño, que no es posible encontrar de otro modo. Y los pequeños creo que son capaces de percibirlo. Los nietos saben de antemano que, a ellos, todo se les perdona, todo se les justifica y hasta, en la mayor de las exigencias, el rigor se acompaña siempre con una dosis especial de dulzura, para que se pueda digerir con suavidad. Si tuviéramos que buscar un parangón en la alimentación, solamente el chocolate es capaz de despertar sensaciones tan placenteras, como el sentimiento que evoca la palabra abuelo.

Por eso me dispongo a disfrutarlo como nadie. Bueno sí, como otros muchos abuelos, que tienen la misma disposición que yo. Quiero leer, leer mucho con ellas; leer muchos cuentos y narrar muchas lecturas a mis “nietucas”. Y pienso hacerlo en el regazo, pues es el único lugar donde el sabor a chocolate caliente que tienen los cuentos se saborea como es debido. Ellas y yo, solos. Así es como más me gusta. Y quiero hacer muchas, muchas visitas al parque, sosteniéndoles la mano cuando desciendan por el tobogán, empujándolas para subir por la cuerda o poniendo cara de asombro como sólo el abuelo es capaz de poner, cuando las pequeñas culminan todas las presas del mini-rocódromo, como la mayor de las hazañas. Incluso seré capaz de alucinar, abordando algún que otro barco pirata y en su palo mayor, izarme para levantar el brazo con no poca algarabía, gritando: “¡adelante!”, con esa voz de complicidad que impele la voluntad de mis pequeñas a un abordaje que, por ficticio, sólo ellas y yo, sentimos tan real como lo es. Un auténtico retorno a aquellos momentos tan intensos que aún recuerdo de mi infancia.

Ahora la banda sonora de mi vida la ponen ellas. Han conseguido que cante y que baile. Y mira que lo hago no fatal, sino peor. Pero no me importa: a ellas les gusta y a mí también. Incluso, entonando composiciones que siempre me parecieron absurdas, ahora tintinean en mis oídos, como el mejor de los ritmos. ¡Qué sorpresas nos depara la vida!

Y parece tan importante todo esto que hacemos, que el calendario, se empeña cada veintiséis de julio, en señalar una efeméride que no es cierta, que es más bien una falacia. No existe un día del abuelo; lo son todos. Porque no es importante, es natural, lo que convierte todos, todos los días, todas las horas, todos los minutos, todas las vivencias, en la verdadera efeméride. Os lo digo yo que, como abuelo, estoy viviendo esta experiencia tan singular. Sí, singular, porque no hay otra igual. Ni siquiera las de los demás colegas, abuelos igual que yo. Para cada uno de nosotros, resulta únicamente singular la experiencia. Y eso es lo bueno que nos depara la vida. Brindarnos premios así, singulares, para ser capaces de retornar a una infancia recuperada, llenos de placer y satisfacción.

Publicación: Sociedad Cántabra de Escritores. Libro: Pluma de tintero. (2022) págs. 271-276. ISBN: 978-84-09-40554-1 (Descargar)

La Educación Social en la escuela

Quintanal Díaz, J. (2018). La Educación Social en la escuela: un futuro por construir. Madrid: CCS. 154 páginas.

Nuestro país ha vivido en las últimas décadas tantos cambios en el sistema educativo que, más que renovación, parece hemos agotado las posibilidades de mejora y de cambio que los partidos políticos proyectan en sus programas electorales.

Por eso, autores como el que nos ocupa, proponen un análisis del sistema educativo, de su estructura anquilosada y mastodóntica, para regenerar una escuela anclada en un modelo obsoleto y que precisa de transformaciones desde las posibilidades reales, no desde los ideales políticos.

El libro desarrolla su contenido en siete capítulos. En ellos se describe una realidad compleja, el de la Educación Social, cuyo colectivo de profesionales no acaba de implantar su rol en la educación formal como debiera, y como un sistema educativo moderno demanda.

La práctica profesional del educador social ha de ser integrada en la escuela con un peso específico mucho mayor del que posee, alejándose de las políticas de organización de las instituciones escolares y buscando referentes en la diversificación profesional de los propios agentes educadores, de la creciente especialización, pero también en ámbitos de actuación sobre los contextos familiares, donde a veces el profesor tutor no llega, desvirtuando así el carácter formativo que ha de ejercerse en determinados núcleos familiares. Es la idea principal del primer capítulo “Es hora de integrar la Educación Social en la escuela”. Es necesario apostar por una figura donde no prime en exclusividad lo instructivo, confiriendo un matiz social, para que cuestiones que preocupan en la escuela (acoso escolar, integración de minorías, etc.) sean abordadas por estos profesionales y no por otros.

El segundo capítulo, “La función social de la educación”, comienza con una declaración de intenciones cuando se refiere a la Educación Social como un reto para la escuela. Analiza el marco contextual y conceptual donde se ha trabajado sobre la incorporación del educador social a la escuela, como corresponsable con la sociedad y agente implicado en esa función social. Para ello se enuncian dos principios básicos. Un primer principio fundamentado en la necesaria integración real, activa y efectiva en la vida escolar. Un segundo principio, el de la socialización plena: ya no educa el sujeto ni se educa al sujeto. La educación hoy se hace más desde el grupo y para el grupo. Por último plantea la respuesta desde el campo social a las necesidades que tiene la escuela, propuestas contrastadas por profesionales de la educación de largo recorrido y dilatada experiencia en este ámbito de la Educación Social.

El tercer capítulo, “La Educación Social en la enseñanza”, esboza una cuestión primordial: es el propio sistema educativo quien no se ha cuestionado con rigurosidad integrar en el programa escolar este desarrollo social que propugna el autor. Se discute sobre la composición de los equipos docentes, fórmulas nuevas que permitan integrar a otros profesionales, como son los educadores sociales. La propuesta pedagógica para esta integración es la génesis de un Plan Social de Centro, de responsabilidad de este profesional aglutinado al equipo docente, y cuyo contenido se desarrolla en tres funciones primordiales: educadora, relacional (convivencia) y comunitaria (social). Para aplicar estos cambios se requiere de una filosofía de trabajo colaborativo, de una nueva cultura escolar con preponderancia de lo social y, sobre todo, de una escuela regeneradora como agente social

El capítulo cuarto “La normativa social en la enseñanza” argumenta sobre la tradición literaria de plantear una función social de la enseñanza como elemento complementario, posicionamiento totalmente contrario al que propone el autor. Realiza un recorrido histórico, que se remonta a la Ley Moyano de 1857, para encontrar un referente válido de su enfoque, con un punto de inflexión en la Institución Libre de Enseñanza, en el periodo que va desde 1876 hasta 1936, y llegar a 1970 con la Ley General de Educación que apostaba por el principio de integración social. El autor hace un recorrido por distintas leyes educativas (LODE, LOGSE, LOE, entre otras) describiendo los logros y la evolución de esta socialización de la enseñanza en la legislación educativa española. En 1991 aparece como titulación universitaria e identificándose como enseñanza no formal y vinculada a la acción socioeducativa.

No ignora el autor que las competencias en materia educativa están en manos de las Comunidades Autónomas, por lo que para evitar el sesgo informativo, repasa con exhaustividad los logros normativos alcanzados en estos territorios.

Por último, se encomienda a una visión de la literatura especializada, citando a numerosos autores que en las últimas décadas se han ocupado y preocupado por la temática en cuestión.

El quinto capítulo, “Proceso a seguir en la integración del educador social en el sistema escolar”, centra la importancia del reconocimiento desde la literatura especializada a esta figura profesional para su inserción es la estructura del sistema educativo. Pero es preocupante la ausencia de la escuela como ámbito de desarrollo profesional en los “Documentos Profesionalizadores” de 2007, en línea con la propuesta del plan de estudios de 1991 de la diplomatura, donde se confería un papel socioeducativo. Después, bien es cierto, bastantes publicaciones han reivindicado y justificado la presencia de este profesional en los centros escolares y en las distintas etapas educativas. Así se constata en la actualidad, donde la presencia se asume en el desarrollo de programas educativos que inciden directamente en la convivencia escolar, pero que lastran la integración en el programa escolar reglamentario. El acceso al cuerpo docente, regulado desde 2007 por Real Decreto, también se presta a confusión, como explica el autor desde la normativa aprobada.

Por último, aborda los planes de estudio universitarios para demostrar que no existe una carencia formativa de estos estudiantes, futuros profesionales de la Educación Social, en cuanto a materias relacionadas directamente con el ámbito educativo, léase Didáctica General, Teoría de la Educación, Psicología del Aprendizaje o Sociología del Aprendizaje. También se hace referencia a las competencias establecidas para el título, donde se analiza pormenorizadamente las tres funciones aludidas en el capítulo 3: educadora, relacional o de convivencia y comunitaria.

El sexto capítulo, “Integración escolar de la Educación Social: un programa de actuación”, precisa cómo debe ser esta integración: ser uno más en el esquema educativo de la estructura pedagógica. Y además la determina a que sea una acción sistemática, de soporte, mediación y transferencia que favorece el desarrollo de la sociabilidad del sujeto a lo largo de toda la vida. Propone un cambio necesario del modelo educativo, donde además de los pilares tradicionales, formativo y de desarrollo personal del sujeto, se añada un tercero: la socialización del alumnado. Este modelo que propone el autor responde a unos principios fundamentales, como lo son profesionalizar la enseñanza, enriquecer los procesos, socializar la convivencia y mejorar el potencial del alumnado.

El último capítulo, bajo el título “Una apuesta de futuro”, incide en este momento del cambio que describe un nuevo panorama, tanto en la sociedad como en la escuela, donde lo social es la materia pendiente, por lo que ha de incorporarse a la formación de los futuros maestros, para conseguir efectividad y realismo educativo. Propone, finalmente, socializar la escuela con un currículo adaptado a cada contexto. También modificar el modelo educativo a los tiempos actuales, con la globalización primando por encima de otros intereses. Esto supone enriquecer la figura educadora, incorporando elementos socializadores a su desarrollo y desempeño profesional. Por último, apuesta por optimizar procesos en esos nuevos escenarios en donde nos movemos.

Animamos a la lectura de este libro, con un argumentario científico y riguroso de una figura que ha de tomar mayor preponderancia en el ámbito educativo, no ya como apuesta de futuro, sino de hoy.

Juan Carlos Sánchez HueteDoctor en Filosofía y Ciencias de la Educación. C.E.S. Don Bosco (adscrito a la UCM) jcshuete@cesdonbosco.com

La realidad del «no retorno»

Dicho así, con gran aparatosidad publicitaria, cualquiera que lea la noticia, puede interpretar que toda una generación que hace una década iniciara el éxodo para buscar el trabajo y la esperanza que en la región se les negaba, vayan a volver, como si ahora nos hubiéramos transformado en su nueva tierra prometida. Nada más lejos de la realidad. Veamos cuáles pueden ser las causas y los efectos de la medida que nos han anunciado.

Con gran algarabía, y mucho efecto, sobre todo periodístico, nuestros gobiernos, quizás movidos por buscar noticias de mayor efecto en la población en un momento como éste, anuncian un plan que facilite el retorno de nuestros jóvenes emigrantes, a la región. Son cerca de 45000, los emigrantes censados, pero la medida alcanzará, en la más optimista de las previsiones, a un millar de ellos, aunque en la web «volvemos.org» sólo tienen registrados menos de ciento cincuenta. Será que no da el dinero para más. Quizás sea necesaria también una mínima reflexión sobre el tema, aunque sólo sea por respeto a las muchas emociones que una medida de este tipo, despertará en una gran cantidad de hogares en la región.

¿Causas? Siempre se han situado en la crisis económica que vivió este país a partir de 2008. Un argumento de fácil justificación que en realidad oculta su verdadero origen: estos jóvenes hacían la maleta, totalmente desilusionados por una sociedad que les daba la espalda e ignoraba por completo el esfuerzo que habían hecho los años precedentes, contra corriente, para alcanzar una notable formación que su entorno no supo ni por lo más remoto valorar. ¿Se fueron? Claro, no se les ofrecía ninguna alternativa; ¿dónde? en esencia iban buscándose la vida, hasta llegar a aquellos destinos donde sencillamente les valoraron y los reconocieron con un sueldo y un entorno digno en el que vivir. Traducido, se trata sencillamente de rememorar unos años bastante problemáticos, en los que la crisis iba minando los hogares, con el vacío que se le estaba haciendo a esa juventud llamada a tomar un testigo, que no tuvieron. Unos políticos, los mismos que ahora enarbolan la bandera del retorno, que les abandonaron impunemente, sin saber aplicar una política de efectiva prevención, ni apoyaron en absoluto, la necesidad de gestar el necesario tejido socioeconómico que hubiera evitado la huida masiva que tuvimos que sufrir. Todo por su inoperancia.

Hoy, como digo, se enarbola el reconocimiento entonces negado. ¿Cómo? Leo con sorpresa la noticia, que además de dar por hecho el interés de estos jóvenes por volver, nada dice de las condiciones a las que somete el retorno. Me parece una forma de jugar nuevamente con las ilusiones, esta vez de sus familias, que son las únicas que sufren la distancia. Les invito simplemente a visitar el aeropuerto cualquier día que haya un vuelo hacia europa. Podrán comprobar la magnitud de ese éxodo. Y el poco interés de nuestros hijos, por volver. ¿Qué les ofrecen, que no sea lo que ya tienen? Marcharon en busca de una vida mejor, más digna. ¿Volverán? Si el único motivo es reunirse con sus familias que permanecen aquí, es algo que ya tienen. Porque el reencuentro tiene lugar cada trimestre, cada semestre o cada año. Unos vienen otros vamos, pero nos juntamos, que es lo que nos preocupa. La familia es el único estamento que no les ha dado la espalda. Siempre ha estado ahí.

¿El retorno les ofrece una vida igual de digna que la que ya (a base de mucho esfuerzo), se han construido allí fuera? Han enraizado en otro lugar, han conocido nuevas empresas, han creado familias, han hecho nuevos amigos y con ellos formado lazos de relación y convivencia, han aprendido a vivir con un nivel, social, cultural, económico, lingüístico y familiar, que ahora dudo que estén dispuestos a romper de nuevo, para volver a sus orígenes. ¿Dónde están sus círculos de amigos, aquellos que dejaron al marchar, después de una década? ¿Tienen que volver a empezar desde cero, otra vez? ¿Qué empresas les esperan aquí? La política vivida estos años no ha alcanzado ni con mucho el nivel socioeconómico con el que ahora viven. ¿Venir para qué? ¿Estamos en condiciones de ofrecer un retorno que ofrezca continuidad a la vida que con tanto esfuerzo han alcanzado a vivir? Desde luego, medidas de este tipo, debieran superar informes sociológicos, para profundizar en la realidad cotidiana. Y desde la convicción de compensar lo que en el momento de su marcha se les negó, al menos eso, sepamos que si no va a ser en esas condiciones, no volverán. A cambio se nada, no. Al menos, iguálamelo, dirán. Y con razón. Mal que les pese a nuestros dirigentes de turno. Pónganse ustedes a trabajar, a cambiar la faz de esta región, que sencillamente, cuando se parezca a lo que hay por europa, ellos mismos, decidirán volver. Porque les interesará formar parte de una sociedad, que  vivirá con perspectiva de futuro. Mientras, dejen ustedes de vender humo.

La lectura en la escuela… reflexiones pedagógicas

>> ¿De qué hablamos cuando hablamos de lectura en la escuela?  <<

Artículo publicado en la Revista PLATERO,

nº 218, noviembre-diciembre 2018.

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2 de Octubre, Día Internacional de la Educación Social

Sabemos que, desde los años noventa, los Educadores Sociales vienen dedicando el día 2 de octubre, incluso confiriéndole carácter internacional, a darle mayor visibilidad a la profesión. Organizan actos de muy diverso tipo (son verdaderamente imaginativos), a lo largo de nuestra geografía. No fallan, asistiendo puntualmente a la cita. Por eso, los veremos este día, en nuestras calles, donde elevan su voz a la sociedad que les escucha (o al menos a esa parte de la sociedad que les quiere escuchar), convenidos como están de la contribución que supone para ella, su quehacer cotidiano.

La Educación Social es a una de esas titulaciones que han irrumpido en la posmodernidad de nuestras universidades, de un modo más bien sencillo (humilde, diríamos), silente, como si fuera una gran desconocida, que lo es; no tenemos más que preguntar en la calle, que la gente siempre reconoce desconocer el objeto de su trabajo.

Salvo que se haga referencia a sus obras. Porque esto sí que se sabe. Recuerden ustedes aquella referencia bíblica que decía: «por sus obras les conoceréis». Esta es una de esas profesiones que se conoce por su contribución a la sociedad del entorno. Todas las necesidades que seamos capaces de detectar, acaban apelando a su implicación, de modo que son únicamente educadores sociales quienes consiguen desembocar toda problemática en una efectiva integración.

Por su vocación, estos profesionales son así: les atrae y, les interesa, resolver los problemas de los demás, de manera efectiva. De ahí que se ocupen de educar, porque únicamente educando es como se cambian los esquemas de comportamiento social y se puede ofrecer un nuevo orden capaz de regular el necesario cambio.

Pero también por profesión, porque lejos de todo altruismo banal, se implican de modo directo a la transformación social, dejando en el empeño su vida. Son personas, comprometidamente entregadas, fieles a sus principios, convencidas de sus fines,… de ahí la constancia de su trabajo y la eficacia de la intervención.

De algún modo, todos, y señalo ese TODOS con mayúsculas para enfatizar el sentido absoluto del término, a lo largo de la vida nos hemos encontrado o vamos a necesitar la intervención profesional de algún Educador Social. Y sin saberlo aún, les quedaremos sumamente agradecidos. Bien sea porque tengamos algún familiar que haya sido atendido convenientemente en un geriátrico, para quien el estímulo sensorial y el desarrollo neuronal presenten cierta, urgente e imprecisa necesidad. O quizás, sea porque los tengamos de vecinos, en el barrio, planteando propuestas formativas regladas o no, eso no es lo importante, pero satisfaciendo las necesidades de educación de los adultos, liderando el movimiento social o atendiendo cualquiera de las necesidades que responda al compromiso de enriquecer a las personas, pues su ética profesional así les dicta. También están en los centros sanitarios. ¡Cómo no!, donde la familia, los pacientes o incluso los propios profesionales que les atienden, requieren una orientación que permita dignificar la situación y mejorar el contexto, aunque sólo sea porque en óptimas condiciones, el dolor se sobrelleva mejor. Incluso podamos encontrarlos, sin concederle mayor importancia, en la cotidianidad de las familias, donde su contribución resulta significativa cuando se trata de ofrecer atención a personas, o personitas, que presentan diversidad en su función social (discapacidad se decía antiguamente), bien por no ser tan potentes como se les exige, o porque su capacidad el entorno no se la reconoce; de cualquier modo, ese trabajo (tesón podríamos decir), por facilitar su integración resulta meritorio, pues ellos, sólo los que educan, son capaces de conseguir algo mejor: normalizarlos.

Así podríamos ir enumerando contextos de intervención, reales, perfectamente identificables en el entorno, en los cuales algún lector quizás pueda verse reflejado. No obstante, se trata de una nómina, que puede ser enriquecida con planteamientos que se refieran a una intervención general de la Educación Social. Actuaciones de las que la propia sociedad, de un modo absoluto, como estamento, se beneficia y aprovecha. Como por ejemplo cuando institucionaliza la atención a los mayores, a los menores, a los migrantes, a los excluidos, a los itinerantes, a cuantos dependientes de muy diverso género y condición conviven con nosotros, los ausentes, por su estatus de reclusión, o a los que no, porque se encuentran aislados, formando minorías o encarando carencias primigenias (por hambre o sed, incluso de cultura o desarrollo sostenible). Hay un largo etcétera de necesidades, tan largo como queramos, porque en esa condición de social que reza en su apellido, entra absolutamente todo. Y la miseria, sólo se corrige, educando a la sociedad. De ahí ese nombre de EDUCADORES que llevan estos profesionales, porque es a lo que se dedican, a educar socialmente.

Creemos que ya no se les puede pedir más. Por eso, la sociedad ha de plantearse con rigor, su importancia, la necesidad que tiene de contar permanentemente con su intervención y por ende, la obligación de satisfacerla brindando los medios necesarios. ¡Ay, Señor!, con los dineros hemos topado. Toda crisis, lo primero que damnifica, es a este sector. ¡Qué triste! ¿Les parece a ustedes lógico? Ahí lo dejo, saquen sus propias conclusiones. De momento, en este señalado día, yo les invito a sumarse a la iniciativa, y dedicar conmigo un sencillo y sincero homenaje a todos nuestros Educadores Sociales.

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>> Articulo publicado en la página de OPINIÓN, de  EL DIARIO MONTAÑÉS, día 02.10.2018, pág.30  >>> descargar

 

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Connecting people…

Leía hace ya una década, el blog de un reputado gurú de la comunicación, que se lamentaba del derroche de talento que estaba sufriendo nuestro país. Para sensibilizar mejor al lector con su idea, jugaba con las siglas que una conocida marca de automóviles, había popularizado a mediados de los noventa: JASP. Significaba «Jóvenes, Aunque Sobradamente Preparados», y destacaba la buena preparación que atesoraba nuestra juventud en los estertores del siglo XX, demostrando una muy buena preparación, que de algún modo nos tranquilizaba ante la incertidumbre que entonces parecía deparar el nuevo siglo que se avecinaba. El caso es que nuestro ilustre bloguero, quince años después, parecía lamentarse de no haber sabido aprovechar esa circunstancia, pues habíamos convertido esa generación tan sobrada de todo, en unos jóvenes que él llamaba «Extranjeros Sobradamente Preparados». De este modo, con sólo cambiar la vocal, la siglas eran parecidas (JESP) e introducían perfectamente la idea de transformación que tan negativamente valoraba el artículo en cuestión, ante el éxodo que estaba caracterizando la generación que con tanto esmero habíamos ido formando. Se estaban tirando por la borda, los mejores recursos de nuestra generación, se lamentaba.

Yo, ni qu376302_122644_1ito ni doy la razón, porque de todo hay. Ambos momentos tuvieron su «cosa», pues es bien cierto que la llamada generación de la transición gozó de unas buenas condiciones para su formación, que luego, queriéndolos mejorar a base de «Erasmus», lo que se consiguió fue enseñarles una vía de escape que tomaron nada más percibir la mínima zozobra. Lógico, lo tenían todo, por lo que no había más que lanzarse a la aventura. Y si algo les caracteriza, es precisamente, la necesidad de experimentar. En algunos casos, quizás demasiado, por eso acabaron volviendo. Los más aguerridos, ni hablar del peluquín. Llevaban recursos para sobrevivir e integrarse como es debido.

Hoy, nuestra juventud, ya se equipara a la de cualquier lugar del mundo. Pasan desapercibidos en la muchedumbre. Son como todos y disfrutan siéndolo. En este sentido, ha de permitírseme lamentar esta caracterización de los jóvenes de hoy. Aquí, en Helsinki, Londres, Alaska o Seúl, en Las Hurdes, como en la Patagonia, los jóvenes, todos los jóvenes, están sobradamente «conectados». Parangonando a nuestro colega del bolg, les etiquetaríamos como JAPC. Así, manteniendo la vocal, pues el carácter de extranjería la globalización se lo ha cargado y todos ahora ya están cortados por el mismo rasero. Y cambiando la última consonante: la preparación, como el honor en el ejército, a los jóvenes se les supone, de modo que lo que les caracteriza, en esta pequeña escala que estamos determinando en la evolución humana, es su peculiaridad de estar permanentemente conectados. De modo que si en los noventa, los jóvenes estaban sobradamente preparados (JASP) y en la primera década del siglo se transformaron en jóvenes extranjeros, igual de preparados (JESP), ahora ya lucen con sonrisa profidén el título de «Jóvenes autómatas permanentemente conectados» (JAPC). Porque lo son; no lo parecen, lo son. Unos perfectos autómatas. Aunque están, siempre se les espera, característica de su automatismo, que nos obliga a mantener conversaciones que provocan la sensación de ir siempre «en paralelo» (de otra conversación, u otras que ellos son capaces de mantener simultáneamente) y, obviamente, siempre en un contexto determinado por la red de redes. Esa cada vez más tupida red, que nos envuelve. No podemos negar la preparación que demuestran cuando mantienen en el propio espacio vital, un móvil, la tablet, el portátil,… todos con espacios, sesiones, temas y comunicaciones totalmente dispares entre sí. Y todas unidas a un mismo foco central de procesamiento. De este modo, es lógico que resulten auténticos autómatas; también autistas, porque parecen llevar su vida, aislados del entorno, en su mundo. No cuesta entenderlo porque es consecuencia de su conexión multibanda. Vayan ustedes con cuidado; pues si los desconectan, el problema se multiplica. Saltan chispas Yo les aconsejo no hacerlo y abordarlos en ese estado natural. Ahora, los jóvenes son así.

cpTomen buena nota de lo dicho, seguro que tienen alguno cerca. Levanten ustedes la mirada y alcanzarán a ver, alguno de estos sujetos JAPC (Jóvenes autómatas permanentemente conectados). Insistan ustedes, e intenten encontrar un hub, un punto débil en su sistema de protección por el que poder acceder al sistema central de comunicación; a su mente. No es fácil, pero insistiendo se consigue. No desconecta los otros enlaces, pero te permite un hilo de comunicación que, debidamente aprovechado, permite enlazar, hablar con él y quizás, hasta llegar a entenderse.

Importancia del ser social que todos llevamos dentro…

IMG_0352IMPORTANCIA DEL SER SOCIAL QUE LLEVAMOS DENTRO

Lección Inaugural del Curso Académico 2015-2016 en el Centro Asociado de la UNED en CantabriaImpartida el 16.10.2015 por D. José Quintanal Díaz

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Excelentísimas autoridades, civiles y académicas. Miembros del Consorcio. Queridos compañeros, tutores y personal de administración y servicios del Centro Asociado. Estimados alumnos, amigos todos.

Quisiera primeramente, agradecer al Centro Asociado de la UNED en Cantabria, en la persona de su director, la confianza que me otorga, al confiarme la lección inaugural de este curso 2015/2016. Ahora, permítanme, como no podía ser de otra manera, que comience, tomándome una doble licencia. Ya ven que, aprovechando el lenguaje del mus, empiezo con un órdago a la grande, tomándome no una sino dos licencias.

La primera es que, respetando el rigor que todo acto académico requiere, prescinda del boato y la magnificencia, tanto en el discurso, como en la expresión. Ésta, que es tierra que caracteriza a sus gentes por la cordialidad y la sencillez, consigue que hoy, aquí, con vosotros, me sienta literalmente, en casa. Por muchas razones. Una, muy importante, es corresponder a lo que he recibido de esta casa, que ha sido mucho. Hace unas décadas, era yo quien ocupaba esos bancos, en calidad de estudiante de esta Universidad, Y como fui uno de los muchos que nos hemos beneficiado de su carácter social, un matiz nada baladí también para el tema que voy a abordar, siempre mantuve un cierto vínculo emocional con la UNED. Como os digo, es motivo más que suficiente para que hoy me sienta entre vosotros, cómodo. Además, mi origen, igualmente sencillo, entre las montañas del Valle de Buelna, forjó en mí, ese carácter recio que sobre todo mis alumnos conocen bastante bien, pero de igual modo, imprimió un sentimiento, profundo, de arraigo a la tierruca. Vosotros sois testigos de que ésta es una cuestión fundamental en mi vida; lo mismo que en mi espíritu académico, pues me considero por encima de todo, comprometido con la cultura y con el desarrollo social de nuestra querida Cantabria. Me duelen sus cicatrices, lo mismo que brota en mi corazón el sentimiento de arraigo con todo lo que aquí sucede. De ahí que me haya concedido también la licencia de conferir un carácter más bien socioeducativo a esta lección inaugural que jjhe dado en titular: “Importancia del ser social que todos llevamos dentro”

Para hacer un planteamiento coherente de la problemática socioeducativa que vivimos actualmente, he de apoyarme necesariamente, en las fuentes documentales y en los datos de nuestra realidad contextual. Comenzaré por tomar referencia en la esencia de nuestra cultura occidental, que alberga la propia historia de la filosofía; un estudio elemental, de pronto destaca un hecho muy evidente: la persistencia histórica de la cuestión, pues desde la socrática mayéutica hasta la filosofía práctica de Habermas, siempre se ha constatado la necesidad que tiene el ser humano de ir por la vida en compañía. Sí, han oído ustedes bien, he dicho que no se puede estar sólo. Al igual que la base de la ciencia humana es que somos fundamentalmente agua, en nuestro lado humano, podríamos afirmar que somos seres sociales y, como tal, socializadores y socializados. Schopenhauer nos hablaba de miedo a la soledad, Baudelaire interpretaba su vida como el disfrute de los demás, Hobbes insistía en lo pesada que resulta la carga de la sociabilidad, Kant pensaba que la acción social es el medio a través del cual se realiza el fin último y perfecto de hombre… De un modo u otro, los grandes pensadores, han tenido clara esta idea de que nuestra vertiente más social, es la más importante para que el ser humano logre alcanzar un desarrollo pleno. Antes que todos ellos, lo había dicho bien claro y sin tantas florituras, Aristóteles, sentenciando que «el hombre es un ser social por naturaleza».

Pero con la misma claridad, hemos de reconocer que social, uno nace y… se hace. La convivencia se forja en la relación, en el día a día y se aprende a convivir de un modo inteligente. Es más, somos capaces hasta de disfrutar en la relación con los otros. Esto también nos diferencia de los animales, que conforman sus grupos de convivencia basados en criterios puramente objetivos, de jerarquía. Las personas, no. Cada uno somos capaces de construir nuestra propia estructura convivencial: yo elijo dónde, cómo y con quién vivo, y convivo, conformando en el grupo mi propio estilo de vida y de relación. Natorp, fue el primero en conferir un sentido social pedagógico al carácter social del ser humano. Este filósofo alemán, neokantiano, en los albores del siglo XX, apoyado en el pensamiento, tanto de Platón como de Pestalozzi, fue capaz de percibir el carácter social de la pedagogía, al interpretar el llamado «sociologismo pedagógico», según el cual, no se entiende el desarrollo humano al margen de la educación; y, de igual modo, nos demostró que ésta pierde todo su sentido cuando se desprende de su carácter social. Nos viene a decir que el hombre, el ser humano, en esencia, se perfecciona, en cuanto que forma parte y participa, socialmente de su entorno. Y yo he de darle la razón, porque mi vida, como estoy seguro que a todos ustedes también les sucede, no tiene ningún sentido, si no es por las experiencias que tengo cada día, con mi familia, con mis amigos, mis estudiantes y…   por supuesto, en mi UNED. Todos ellos son los que la llenan de contenido y dan sentido a cuanto hago, pienso, escribo y, hasta digo. Con todos, estoy convencido que sucede lo mismo, ya que cada uno con sus propios parámetros de referencia, es responsable de cuanto influye en su contexto de vida. No lo olviden, sobre todo lo que decía Aristóteles, que por naturaleza somos seres sociales y, necesitamos serlo. Quedémonos, de momento, con esta primera premisa de referencia, porque luego volveré sobre ella: somos seres sociales, responsables cada uno de nuestro propio contexto de vida.

Vayamos ahora con ese contexto en el que vivimos. ¿Saben ustedes cómo es? Desde luego que planteo una cuestión tan abierta, que la respuesta parece obvia. Así que lo matizaré un poco más. ¿Creen que la vida en nuestro contexto, esta vida que cada día construimos, presenta ese carácter eminentemente social, favorece la convivencia y la relación armónica entre todos nosotros? Alguno de mis estudiantes diría: defínenos «social», y define «convivencia», para que podamos responder a tu pregunta. Y no le faltará razón, al exigirme esa concreción, pues en esta cuestión es importante; lo haré y para ello no necesito más que acudir al diccionario. Particularmente me parecen conceptos bien claros, asumidos por todos, pero aún así, definámoslos, y hagámoslo sometidos a la norma académica: “convivir” se refiere a disfrutar la vida en compañía de otros, por lo que la convivencia resulta de hacer efectivo ese deleite que produce disfrutar de todos; eso es, de todos, de todos los que participan o les hacemos participar, de nuestra existencia. Por su parte, el término “social” no hace más que reforzar la idea de compañía, de compartir esa vida, contribuyendo al bienestar que todos, sin excepción, merecemos.

Permítanme que me enfunde de mi coherencia moral, para dudar que hoy día, se haga una interpretación honrada de estos términos. Es más, a lo largo de la historia tampoco la ha habido, pues se ha traicionado sistemáticamente en el ser humano su esencia social, en favor de una diferenciación cada vez más individualizadora. No resulta nada difícil demostrarlo; con leer la prensa cada día tenemos suficiente. ¿Creen ustedes que nos mostramos realmente solidarios? Bien fácil se lo pongo, cuando estos días todas las agencias de noticias nos invaden con majestuosas cifras que hacen ver la capacidad de acogimiento que cada lugar tiene, ante el drama y el dolor que viven algunos pueblos, errantes por el mundo mundial. Repito la pregunta: ¿se consideran ustedes, personas realmente solidarias? Hoy, aquí, en esta ciudad, en esta región, en nuestro país, en el viejo continente que habitamos, ¿se comparten y se viven en grupo los problemas de nuestros vecinos o amigos? Sigo dudándolo y mi cuestionamiento entronca directamente en el sentido humanista al que apelaba desde el inicio de su pontificado el propio Bergoglio, reclamándonos dar un sentido más solidario a nuestra convivencia: mirar al que vive a nuestro lado, estando atentos a lo que necesita. Comparto con él la convicción de que el Estado tiene la obligación de atenderlo. Y no olvidemos que el estado somos todos, todos nosotros, todos y cada uno de nosotros. No pensaba recurrir a los números en los que se cifra nuestra solidaridad, porque me parecen un escándalo, pero no me resisto: déjenme que les muestre uno, sólo un dato, uno, porque estoy seguro que les va a sorprender, como a mí. Cualquier buscador en internet nos permite conocer la dedicación que en sus presupuestos le otorgan a esta cuestión las distintas administraciones, nacionales, regionales o locales. ¿Saben qué parte de nuestros dineros se dedica a atender esas necesidades sociales? La ingeniería presupuestaria hace que los expertos manipulen las cifras con eficacia, ofreciéndonos resultados muy variables; tanto que esa dedicación llega a fluctuar entre el 0,5 y el 8%. ¿Qué quieren que les diga? Cualquiera de las dos cifras, me sonroja, porque tanto una como la otra, resultan ridículas. Sí, sobre todo si pretenden conferir identidad a frases tan grandilocuentes como las que utilizan algunos profesionales de la administración, explicándonos que ésta es su principal preocupación. ¿Ven por qué lo dudaba? En realidad, las cifras son un fiel reflejo de lo que nos rodea, así que no voy a insistir más en una situación que con este dato, queda debidamente dibujada y quizás avergüence alguna conciencia. Cuando el análisis de la realidad cotidiana presenta este cariz, uno piensa que estamos de algún modo traicionando la esencia de nuestro ser. De ahí que no sorprendan en absoluto estas situaciones de insensibilidad a las que parece que nos estamos acostumbrando. Pero de ellas dimana nuestra segunda premisa. ¿Recuerdan que la primera decía que “somos seres sociales, responsables de cuanto nos rodea”? Podemos ahora continuar diciendo que, esa responsabilidad parece pesarnos, ya que ante la cara más dura que nos presenta la convivencia, se mira a otro lado, consintiendo y potenciando una profunda brecha social.

No nos engañemos, que lo social,… ¿cómo se dice hoy?… no vende. Eso es, no vende. Al contrario compromete, pica y delata. Y lo social, lo tenemos aquí, al lado. Se refiere a lo más inmediato, a la carencia que muchos de nuestros congéneres, tienen de lo fundamental, o incluso imprescindible. Y tiene cara. La de algunas de esas personas que nos cruzamos en la calle, junto al portal o en el semáforo. Aunque estén ahí y pasen desapercibidos…. Son ellos. Tampoco resultará buena terapia el que nos justifiquemos. No es solución, no soluciona los problemas y tampoco consigue que se tranquilicen las conciencias. Porque están ahí y, como digo, tienen cara, de hombre o de mujer, de niño o anciano, de jóvenes y en algunos casos, seres queridos. Lo social, se viste con frecuencia con el traje de la necesidad, del hambre, el paro, la droga, el abandono, la pobreza, la miseria, el sectarismo, la violencia, el odio, el terrorismo, la xenofobia, el dolor, enfermedades, corruptelas, delincuencia, alcoholismo, hurtos, conflictos, racismo,… realidades que irrumpen desesperadamente, con riesgo, en nuestra vida. Realidades problemáticas, con las que sin querer, topamos a la hora de comer, durante el ocio, el paseo o en la cotidianidad de cualquier conversación. Se presentan de súbito y atentando la moralidad de todos nosotros. Porque los conocemos muy bien, porque están ahí, al lado, aunque no siempre sea cierto que las veamos o las queramos ver. Quiero decir, que llegamos a resultar completamente insensibles (o si no completamente, al menos un poco o bastante). Lo que sí es cierto, que las consecuencias son siempre graves, mucho: personas inadaptadas, aisladas o deslocalizadas (que es una forma moderna de referirse a quienes están obligados a sobrevivir, con el eje de sus vidas, desplazado), familias completamente desestructuradas, grupos marginados, guetos, lugares donde la vida se ha tornado tan difícil, que se devalúa constantemente, porque impera el dolor, el odio, el mal, porque se vive sin dignidad ni sentido, porque el único valor es el ahora y el aquí. Son realidades que, en quien las está sufriendo, generan miedo, estrés, pena, complejos, sumisión o rencor, y les provoca una herida que se hinca en el alma y raramente se cura. Pero, ¿y a nosotros? Estaría bien que al menos nos «moviera» (el corazón, quiero decir), que nos impeliera un poquito, porque no siempre es así.

No obstante, podemos estar tranquilos. Para ocuparse de este tema, la sociedad moderna ha profesionalizado la cuestión, inventando a los especialistas. Menos mal, pues la historia está plagada de ejemplos de abandono, oscurantismo, marginación, tabú, ostracismo o incluso ejecución, porque alguna vez los marginados también llegaron a sufrir esta forma de resolver su problema. Hoy, al menos, lo hemos oficializado, lo cual hemos de reconocer que no está mal, porque supone que al menos, estarán atendidos. Debidamente atendidos.

Eso sí, se lo aseguro: cuando alguno de estos problemas, se pone en manos de profesionales, se les atiende muy, pero que muy bien. A nivel institucional, se ha creado una gran variedad de organismos e instituciones, oficiales y no oficiales, nacionales y supranacionales, confesionales o laicas, todas altruistas, neutrales, serias, rigurosas. Son las llamadas ONG’s, (Organizaciones No Gubernamentales), Fundaciones, Institutos y Movimientos de toda orden y condición, que se ocupan del tema (¿o mejor, debiera decir del problema?); la cuestión es que lo hacen con eficacia, seriedad y rigor, lo que se traduce en “profesionalidad”. Y de igual modo, fruto precisamente de la necesidad, han surgido en todas ellas profesionales bien formados y debidamente especializados. Que son los que hoy se ocupan de atender estas cuestiones con la inmediatez que requieren. Hay de todo: Administradores que velan para conseguir que las instalaciones y los servicios resulten apropiados; trabajadores y educadores sociales que, ante la marginación se entregan atendiendo necesidades tanto personales como sociales, voluntarios que cubren con presteza las carencias que algunos de estos colectivos sufren: y también, un gran número de profesionales que, cada uno desde su área o especialidad, aporta la mezcla de conocimiento y acción que precisa la particularidad de cada caso. Todos suman, arrimando cada uno lo mejor que tiene, siempre con dedicación, entusiasmo y diligencia, sonriendo, dedicando su tiempo y, algunas veces incluso el de los suyos, sólo porque se les necesita, convencidos de estar siguiendo de la mano de los marginados, la senda de su vocación y de su convicción. Porque lo social, los problemas que presenta la brecha social, tienen una única solución, que se llama “solidaridad”. Y éstos profesionales que acabamos de significar, lo saben muy bien: son los únicos que encaran la problemática de frente, con convicción, sin miedo, seguros de lo eficaz que puede llegar a ser su intervención, directos por el único camino que lleva a «alguna parte». Sí, así es, lleva a la socialización, a disfrutar de los demás. Ahora toca lo más difícil que es convencernos a nosotros, convencernos a los demás.

Hagamos aquí un breve receso para dar corpus de identidad a esta nueva premisa que se incorpora a nuestra argumentación. Si las dos premisas precedentes indicaban que “nuestra naturaleza social nos hace a todos responsables de la brecha social”, ahora podemos afirmar con seguridad que la sociedad actual, ha profesionalizado la atención de esas necesidades de carácter social que se derivan de nuestra convivencia cotidiana. Y aunque todavía prolongue un poco el discurso, para completar la idea de pensamiento que quiero aportar, no quiero avanzar sin señalar que esto es lo más importante de cuanto yo les vaya a decir: “el lado social de nuestra vida, está en manos de los especialistas, profesionales de lo suyo”.

En el término “profesionales”, quiero eludir todo rasgo de individualidad, porque estoy convencido que la acción social requiere ser abordada en grupo. Es la única manera de conferir sentido holístico a la atención de las necesidades y hacer que la intervención resulte eficaz. Se trata de ser buenos profesionales, capaces de trabajar en equipo. Luego, del fondo de cada uno, cuando se implique de verdad, será preciso que emane lo mejor que lleve dentro. Y no todo será buena voluntad, porque “de buenas intenciones están los infiernos llenos”. Es importante que cada profesional tenga una sólida formación, lo más rica y completa y con el mayor acopio posible de experiencia. No extrañe pues, que las universidades estén ofreciendo propuestas con las que consolidar el bagaje inicial de estos profesionales. En la UNED, convencidos de esa necesidad, las Facultades de Derecho y Educación han sabido conferir un sentido integrador a una propuesta formativa novedosa, que permitirá a sus estudiantes cursar un Grado Combinado de Trabajo Social y Educación Social, precisamente para enriquecer la formación básica de ambas figuras profesionales, en torno a las cuales pivota la atención socioeducativa de la que venimos hablando. De este modo, estamos seguros que los profesionales que se formen, saldrán mucho mejor capacitados para dar ese enfoque global que requiere hoy en día la problemática social. Y esto es verdadera profesionalidad: saber, para saber hacer, solidez en la formación básica y experiencia en la vivencia personal de aquello que más les gusta a nuestros estudiantes: participar en la construcción de un mundo más humano, más social, aportar para que el llamado estado del bienestar, deje de ser una quimera y lo disfrutemos de verdad. Pero todos.

Sólo nos falta una última premisa para satisfacer con plenitud la esencia social de nuestro ser: el reconocimiento que la dedicación a lo social, debe tener de la sociedad en general. Un reconocimiento sincero, natural; al igual que sucede con otras profesiones, como pueda ser el caso de la sanidad o la educación, que a todos nos da tranquilidad saber que estamos en “buenas manos” atendidos por sus profesionales. En el plano social, para alcanzar el mismo nivel de convicción, se necesita una sensibilización generalizada de la función que desempeñan: son una pieza clave en el entramado social, cuya desestabilización podría resultar bastante problemática. Su importancia radica en su necesidad. Una necesidad que no nos inventamos, porque es una realidad. Los profesionales de la intervención socioeducativa ya están ahí, interviniendo, trabajando, educando, atendiendo la problemática social que es mucha y muy diversa. Pero les falta que nosotros les demos visibilidad. Esta es una cuestión de justicia. Se necesita valorar que su trabajo supone dedicación, dedicación por parte de los profesionales, pero también dedicación presupuestaria y dedicación personal, de cada uno de nosotros, acompañándolos, dignificando su trabajo como se merecen y reconociendo debidamente la tarea que a nosotros nos evitan. Que no es poca. Por eso termino apelando a vuestras conciencias, apelo al valor humano de nuestra vida. Porque en cierto modo, también cada uno de nosotros, hemos de sentirnos corresponsables de ella. Pues queramos o no, tarde o temprano, a todos nos va a tocar. Seguro. De momento, estemos tranquilos, que ellos ahí siguen, consecuentes con su vocación, trabajando para hacernos la vida un poco más solidaria y tranquila a la vez. Con esta convicción, el mañana, a mí, se me antoja aún más sereno, más gozoso; por eso concluyo asegurando que la entrega profesional, de cuantos desarrollan una labor social en nuestro entorno, conseguirá aflorar en todos nosotros, ese lado más humano y más solidario que llevamos dentro. Todos lo tenemos, no olvidemos que todos en esencia, somos eminentemente, seres sociales.

Muchas gracias.

Caracterización de los jóvenes en dificultad social

cubierta ocio 2_traz«Caracterización de los jóvenes en dificultad social«, por García Llamas, J.L. – Quintanal Díaz, J. y Cuenca París, M.E.

Capítulo de la obra… OCIO, FORMACIÓN Y EMPLEO EN JÓVENES EN DIFICULTAD SOCIAL, coordinado por Gloria Pérez Serrano (Dykinson, 2015)

(descargar en pdf)

Curso de Postgrado de la UNED

 Captura de pantalla 2015-08-18 a las 12.52.09

Curso de Postgrado: LA ENSEÑANZA DE LA LECTURA Y LA ESCRITURA: SU PROBLEMÁTICA Y NECESIDADES. Título propio de Especialización, expedido por la UNED.

Del 18 de enero 2016 al 31 de octubre 2016  .Captura de pantalla 2015-08-18 a las 12.43.38

http://www.quintanal.es/documentos/Diptico.pdf