Más allá del veintitrés de abril…

Una fecha interesante, de todos conocida y reconocida es el 23 de abril, un día recordado por muy diversos motivos. Hay lugares donde se conmemora el día de San Jorge; en Aragón por ejemplo, donde se celebra el día de su martirio (ocurrido esa fecha del año 303), significándolo como el día de la Comunidad. En Cataluña lo dedican a este mismo patrón (ellos le dicen  Sant Jordi), y lo declaran festivo, pues reivindican la cultura catalana celebrando la conciliación del amor y la literatura, regalando un libro y una rosa (costumbre ya más extendida, que se inspira en el color de la sangre derramada por el dragón derribado por el santo). En nuestro caso, la historia se encarga de significar convenientemente ese día, conmemorándolo como la fiesta del libro, una efeméride que formalizó mediante decreto el rey Alfonso XIII en el año 1926, aunque luego vino la UNESCO, y el año 1995 le confirió rango internacional, por coincidir esa fecha (1616) la muerte de dos de las personalidades más importantes de la literatura universal: Miguel de Cervantes y William Shakespeare (un tercer ilustre que falleció ese día había sido Inca Garcilaso de la Vega). No obstante, la idea de la celebración literaria habría que atribuírsela más bien al escritor valenciano Vicente Clavel Andrés, quien lo propuso en 1923 a la Cámara Oficial del Libro de Barcelona, iniciativa que tres años más tarde, como decíamos, consiguió la ratificación real, pretexto que sirvió para que una vez que el entorno sociocultural lo asumiera y el político lo refrendara, todos los años se nos inunde ese día con la convocatoria de todo tipo de actos, siempre con el libro como tema central. Sea como fuere, ese veintitrés de abril, ahora aparece señalado en nuestras agendas como el “día del libro” y lo conmemoramos regalándonos libros, rosas, textos y todo tipo de recordatorios con motivos literarios.

De este modo, como “la ocasión la pintan calva”, los “mentideros” editoriales y todo el mundo que se mueve en torno a la cultura del papel, ha ido con el tiempo conformando un profundo sedimento en esta efeméride, reforzado por la entrega que en nuestro país se hace ese día del galardón más prestigioso que existe en la literatura española: el premio Cervantes, que el rey lo lleva hasta la cuna cervantina, en la noble Universidad de Alcalá, para entregárselo a un escritor, o escritora reconocida en lengua castellana. Así, a base de regalarnos libros, de realizar públicas lecturas, de convocar actos en memoria del libro, de organizar actividades dentro y fuera de los contextos escolares, y un interminable etcétera, hemos conseguido que lo reconozcamos como un evento de prestigio, donde se practica el ansiado regalo y se comparte el interés que ahora todos tenemos porque se nos reconozca el prestigio cultural que nos confiere adquirir el estatus de “lectores”, amantes de los libros.

Total, que es un día de fiesta; para los libreros y para nosotros; y para los floristas también. Porque la mayoría, ese día, nos regalamos libros y rosas o rosas y libros: lo hace el padre con la madre, la hermana con el hermano, el abuelo a la nieta, la sobrina a su tío, el novio que quiere quedar bien, y la esposa, el compañero o la amiga que también, los colegas para “coleguear” y hasta algún que otro jefe, un poco espabilado, se marca un buen tanto aprovechando la ocasión. A todo el mundo le parece una estupenda ocasión, para cumplir en tono cultureta. Por ello, no resulta extraño, encontrar campañas que promocionen esa masiva venta de libros: del 10% Off (de descuento), concursos, quedadas, performances, exposiciones, grafittis, cursillos, representaciones, puestos callejeros de venta, depósitos de libros, apertura de bibliotecas, propuestas sorprendentes, inauguraciones especiales, cafés literarios y un largo etcétera de eventos que llenan a rebosar el día y colman de sabor literario los más recónditos rincones de nuestras estanterías.  Actividades, cuyos efectos se nos van poco a poco, quedando alojados en la memoria, y aparecen en la vida cotidiana sin necesidad de reclamarlos; casi por “evocación espontánea”. Todo en un día. De algún modo, lo que se celebra ese día, queda entre nosotros, impregnando los poros de nuestra piel. Y es mejor que así sea. Yo diría que incluso, necesario. Porque es bueno que, de vez en cuando, se nos recuerde quiénes somos y de dónde venimos, y que gozamos de una cultura, a la que todos, cada uno en su medida, contribuimos.

Y aquí quería yo llegar. Celebrar el día del libro está muy bien, pero no tiene, ni debe, quedar en eso, en un día. Todos ustedes que me leen, estoy seguro, me dan la razón. Ahora que han transcurrido más de tres cuartos de siglo de celebración, parece necesario romper la monotonía de un día, y aportar referentes que permitan su celebración el resto del año, los otros trescientossesentaycuatro “no efemérides” en que también es posible recordar la importancia de leer. Al fin y al cabo, la literatura, nuestra literatura, recoge la esencia de nuestro pensamiento y conviene que nos acostumbremos a ejercitarlo con asiduidad.

Me van a permitir ustedes que aproveche el escaparate que supone este periódico, para reclamar una presencia más frecuente de la cultura literaria y lectora, en nuestra cotidianidad. En  realidad, pienso que debiera ser así. Conviene que leamos con la misma asiduidad con la que tomamos un café, vemos una serie de televisión o compartimos una charleta por whatsapp. Como digo, las letras, las palabras, deben entrar en nuestra vida, con naturalidad y con normalidad. Y todos hemos de sentirnos responsables, todos; porque todos somos garantes de esa, nuestra cultura. ¿Cómo? Desde luego, habrá que hacerlo con un poco de creatividad.

Por mi parte, sugeriré un par de iniciativas que, si se llevan a efecto, conseguirán no sólo dignificar la lectura, sino que también, nos permitirían cambiar un poco la cultura del entorno y, de paso, conferir valor a nuestra idiosincrasia popular. Suponen un beneficio social grande; para conseguirlo, es fundamental que se impliquen nuestras instituciones (no me refiero a organismos oficiales sino a la sociedad civil), sumando esfuerzos, haciendo que todos pongan su mirada al frente, asumiendo la necesidad de apoyo que tiene la lectura, e implicándose muy directamente. Por ejemplo, agrupaciones culturales, como la Sociedad Cántabra de Escritores, el Centro de Estudios Montañeses, fundaciones como la de Gerardo Diego, o alguno de nuestros Ateneos, podrían inspirar y ayudar a empresarios a través de sus Cámaras o a los comerciantes asociados, dándole difusión a estas dos propuestas. Incluso alguna de las universidades (hay cuatro en nuestra región), que se alinean con los garantes de la cultura, podrían perfectamente implicarse. Voy con ellas:

Con la primera pretendo sensibilizar fundamentalmente a los libreros, verdaderos mediadores y referentes estructurales. Para hacernos idea de su potencial, acudimos a la web del gremio que si bien no indica el número de librerías asociadas con que cuenta la región, si los sumamos a las bibliotecas y ludotecas que realizan una función divulgadora similar en todos los rincones de nuestra geografía provincial, se conforma un excelente frente de activos, comprometidos con nuestra cultura… ¿Saben que contamos con varios cientos de autores “vivos”, de esos que viven la puerta de al lado, cuyas obras tienen que ser difundidas fuera de Cantabria porque de puertas para dentro apenas tienen difusión? Siento verdadera lástima (grima, diría más bien) cada día que paso frente a algunas de nuestras librerías, y veo cómo tienen sus escaparates profusamente dedicados a los superventas, sin percatarse de que están completamente vacíos de nuestra propia cultura regional. ¿Tan difícil resultaría ofrecer alguna referencia de nuestra literatura regional en el expositor? Haciendo patria. Aunque no sea por lo que se venda, al menos sería un ejercicio de respeto por el entorno cultural. Anímense, señores libreros, que es fácil (un autor, una obra, una temática, …); de este modo, queda satisfecha su aportación al diezmo comunitario. Y donde digo librería podríamos decir biblioteca, centro cultural, colegio y todo aquel que se sienta partícipe del acervo popular, porque nuestra tierruca es vasta y extensa. Se trata de poner entre todos, en valor, nuestra cultura regional.

La segunda iniciativa, de entrada, he de reconocer que no es mía. Quiero decir que no se me ha ocurrido a mí, porque la he visto plasmada en una lejana ciudad, cuyo resultado me pareció excelente. Se trata de decorar los escaparates (frutería, barbería, restaurante, bar, estanco, papelería, panadería, … ) de todo comercio que se precie y demuestre una mínima sensibilidad por la cultura, con frases (escritas a rotulador) de nuestros propios escritores (actuales o antiguos, todo suma). Aquí es posible establecer la colaboración que las sociedades culturales pueden brindar a los comercios y librerías, pues ellos son los que mejor dinamizan la cultura del entorno. Para cualquiera de éstas, resulta fácil ofrecer un amplio catálogo de citas, que el comerciante puede plasmar en el cristal de su escaparate. Ahí, acompañado del nombre de su autor o su autora, nos permitiría tomar mejor conciencia de “todo” lo que tenemos, de lo nuestro. Bien fácil. Escrita así, a mano, expuestos a cualquier consideración grafológica, con un simple rotulador, se transmite mayor sensibilidad pues cuando el escrito se personaliza, es más fácil hacerlo, y sentirlo, propio. ¿Véis qué fácil resulta culturizar la ciudad, el barrio, el pueblo…? Es algo más, porque simboliza un interés y un compromiso. Si, además, procedemos a practicar ese noble ejercicio de dejar algunos libros al albur de nuestros vecinos (depositados en establecimientos, tiendas, bancos, o estantes)  “remataríamos” la campaña.

27.05.2024

Mi experiencia de abuelo…

Quizás, una de las experiencias más placenteras que podemos tener en la vida, sea ejercer de “abuelo”. Pero no el título ese que es posible llevar, muchas veces, con más peso que gloria (como le ocurría al personaje de la obra de Pérez Galdós), por aquello de que es un “oficio” que nos llega con una cierta edad. Sino aquel otro que se ejerce a base de horas de compañía, paseos interminables tirando del carrito o acompañando en el parque para empujar el columpio; vivencias que siempre acaban en una espera pacientemente contemplativa, para que Morfeo nos visite y deposite su efecto reparador, en el bebé, o en nosotros, o en ambos.

A mí me ha llegado la ocasión recientemente (hija, nunca te lo agradeceré suficientemente) y, como todos, orgulloso me siento de contar con ese premio. Me ofrece experiencias insospechadas: un beso limpio, cargado de gratitud, una caricia tenue, sostenida en el espacio y el tiempo, la mesura con que se desliza un peine por mi alborotada cabeza, una sonrisa de complicidad o el candor de la mirada que lo acompaña. No hay calificativos que puedan describir esos momentos robados a la intimidad.

Tuve la suerte de disfrutar de unos abuelos solícitos, que siempre acompañaron mis juegos, orientaron mis escapadas y limitaron algún que otro desliz. Me enseñaron muchas cosas, como sólo los abuelos son capaces de hacer. Y todas las conservo en el corazón de los recuerdos envueltas en una nostalgia, que ahora es capaz de aflorar cuando en mí, brota el deseo de replicar esas sensaciones y conseguir que mis nietas, lleguen a albergar en el suyo mi compañía, totalmente entregado, con enorme gratitud, como estoy haciendo.

No conozco a ningún abuelo que no exprese otro sentimiento, diferente a éste. Algunos dicen que, entrando en años y viéndose aproximar el periodo final de la existencia, se despiertan emociones que llevan a disfrutar un plus de cariño, que no es posible encontrar de otro modo. Y los pequeños creo que son capaces de percibirlo. Los nietos saben de antemano que, a ellos, todo se les perdona, todo se les justifica y hasta, en la mayor de las exigencias, el rigor se acompaña siempre con una dosis especial de dulzura, para que se pueda digerir con suavidad. Si tuviéramos que buscar un parangón en la alimentación, solamente el chocolate es capaz de despertar sensaciones tan placenteras, como el sentimiento que evoca la palabra abuelo.

Por eso me dispongo a disfrutarlo como nadie. Bueno sí, como otros muchos abuelos, que tienen la misma disposición que yo. Quiero leer, leer mucho con ellas; leer muchos cuentos y narrar muchas lecturas a mis “nietucas”. Y pienso hacerlo en el regazo, pues es el único lugar donde el sabor a chocolate caliente que tienen los cuentos se saborea como es debido. Ellas y yo, solos. Así es como más me gusta. Y quiero hacer muchas, muchas visitas al parque, sosteniéndoles la mano cuando desciendan por el tobogán, empujándolas para subir por la cuerda o poniendo cara de asombro como sólo el abuelo es capaz de poner, cuando las pequeñas culminan todas las presas del mini-rocódromo, como la mayor de las hazañas. Incluso seré capaz de alucinar, abordando algún que otro barco pirata y en su palo mayor, izarme para levantar el brazo con no poca algarabía, gritando: “¡adelante!”, con esa voz de complicidad que impele la voluntad de mis pequeñas a un abordaje que, por ficticio, sólo ellas y yo, sentimos tan real como lo es. Un auténtico retorno a aquellos momentos tan intensos que aún recuerdo de mi infancia.

Ahora la banda sonora de mi vida la ponen ellas. Han conseguido que cante y que baile. Y mira que lo hago no fatal, sino peor. Pero no me importa: a ellas les gusta y a mí también. Incluso, entonando composiciones que siempre me parecieron absurdas, ahora tintinean en mis oídos, como el mejor de los ritmos. ¡Qué sorpresas nos depara la vida!

Y parece tan importante todo esto que hacemos, que el calendario, se empeña cada veintiséis de julio, en señalar una efeméride que no es cierta, que es más bien una falacia. No existe un día del abuelo; lo son todos. Porque no es importante, es natural, lo que convierte todos, todos los días, todas las horas, todos los minutos, todas las vivencias, en la verdadera efeméride. Os lo digo yo que, como abuelo, estoy viviendo esta experiencia tan singular. Sí, singular, porque no hay otra igual. Ni siquiera las de los demás colegas, abuelos igual que yo. Para cada uno de nosotros, resulta únicamente singular la experiencia. Y eso es lo bueno que nos depara la vida. Brindarnos premios así, singulares, para ser capaces de retornar a una infancia recuperada, llenos de placer y satisfacción.

Publicación: Sociedad Cántabra de Escritores. Libro: Pluma de tintero. (2022) págs. 271-276. ISBN: 978-84-09-40554-1 (Descargar)

Miradas a la realidad social

MIRADAS A LA REALIDAD SOCIAL

Estas páginas presentan doce miradas a la realidad social, una muestra del compromiso de tantas personas, que trabajan día a día por transformar y humanizar la sociedad, explicándonos con humildad y sencillez, cómo es ese trabajo que llevan a cabo en la cotidianidad de su realidad, desde el compromiso socioeducativo que les mueve.

Somos conscientes de que los ámbitos elegidos, no abarcan la totalidad de los campos en los que se trabaja por dignificar la vida social de nuestro entorno, pero sí son representativos de lo que hoy supone esa acción social.

Son ámbitos en los que los profesionales, trabajadores sociales, educadores sociales, sociólogos, integradores sociales, psicólogos, pedagogos…, contribuyen notablemente, para conseguir que la vida cotidiana de la sociedad actual, resulte cada vez un poco más digna.

Los testimonios aquí recogidos, serán un referente de interés, para el profesional del sector, que podrá enriquecer su conocimiento desde las diferentes miradas; para el estudiante, que se encontrará con referentes precisos de la actividad cotidiana en cada uno de estos campos de intervención; y para quien quiera acercarse a estos ámbitos, con el fin de conocer la eficacia de su actuación y cómo se trabaja en cada uno de ellos.

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Quintanal. J. y Goig, R.M. (2020). Miradas a las realidad social. Transformar y humanizar desde el compromiso. Madrid: Editorial CCS.

La Educación Social en la escuela

Quintanal Díaz, J. (2018). La Educación Social en la escuela: un futuro por construir. Madrid: CCS. 154 páginas.

Nuestro país ha vivido en las últimas décadas tantos cambios en el sistema educativo que, más que renovación, parece hemos agotado las posibilidades de mejora y de cambio que los partidos políticos proyectan en sus programas electorales.

Por eso, autores como el que nos ocupa, proponen un análisis del sistema educativo, de su estructura anquilosada y mastodóntica, para regenerar una escuela anclada en un modelo obsoleto y que precisa de transformaciones desde las posibilidades reales, no desde los ideales políticos.

El libro desarrolla su contenido en siete capítulos. En ellos se describe una realidad compleja, el de la Educación Social, cuyo colectivo de profesionales no acaba de implantar su rol en la educación formal como debiera, y como un sistema educativo moderno demanda.

La práctica profesional del educador social ha de ser integrada en la escuela con un peso específico mucho mayor del que posee, alejándose de las políticas de organización de las instituciones escolares y buscando referentes en la diversificación profesional de los propios agentes educadores, de la creciente especialización, pero también en ámbitos de actuación sobre los contextos familiares, donde a veces el profesor tutor no llega, desvirtuando así el carácter formativo que ha de ejercerse en determinados núcleos familiares. Es la idea principal del primer capítulo “Es hora de integrar la Educación Social en la escuela”. Es necesario apostar por una figura donde no prime en exclusividad lo instructivo, confiriendo un matiz social, para que cuestiones que preocupan en la escuela (acoso escolar, integración de minorías, etc.) sean abordadas por estos profesionales y no por otros.

El segundo capítulo, “La función social de la educación”, comienza con una declaración de intenciones cuando se refiere a la Educación Social como un reto para la escuela. Analiza el marco contextual y conceptual donde se ha trabajado sobre la incorporación del educador social a la escuela, como corresponsable con la sociedad y agente implicado en esa función social. Para ello se enuncian dos principios básicos. Un primer principio fundamentado en la necesaria integración real, activa y efectiva en la vida escolar. Un segundo principio, el de la socialización plena: ya no educa el sujeto ni se educa al sujeto. La educación hoy se hace más desde el grupo y para el grupo. Por último plantea la respuesta desde el campo social a las necesidades que tiene la escuela, propuestas contrastadas por profesionales de la educación de largo recorrido y dilatada experiencia en este ámbito de la Educación Social.

El tercer capítulo, “La Educación Social en la enseñanza”, esboza una cuestión primordial: es el propio sistema educativo quien no se ha cuestionado con rigurosidad integrar en el programa escolar este desarrollo social que propugna el autor. Se discute sobre la composición de los equipos docentes, fórmulas nuevas que permitan integrar a otros profesionales, como son los educadores sociales. La propuesta pedagógica para esta integración es la génesis de un Plan Social de Centro, de responsabilidad de este profesional aglutinado al equipo docente, y cuyo contenido se desarrolla en tres funciones primordiales: educadora, relacional (convivencia) y comunitaria (social). Para aplicar estos cambios se requiere de una filosofía de trabajo colaborativo, de una nueva cultura escolar con preponderancia de lo social y, sobre todo, de una escuela regeneradora como agente social

El capítulo cuarto “La normativa social en la enseñanza” argumenta sobre la tradición literaria de plantear una función social de la enseñanza como elemento complementario, posicionamiento totalmente contrario al que propone el autor. Realiza un recorrido histórico, que se remonta a la Ley Moyano de 1857, para encontrar un referente válido de su enfoque, con un punto de inflexión en la Institución Libre de Enseñanza, en el periodo que va desde 1876 hasta 1936, y llegar a 1970 con la Ley General de Educación que apostaba por el principio de integración social. El autor hace un recorrido por distintas leyes educativas (LODE, LOGSE, LOE, entre otras) describiendo los logros y la evolución de esta socialización de la enseñanza en la legislación educativa española. En 1991 aparece como titulación universitaria e identificándose como enseñanza no formal y vinculada a la acción socioeducativa.

No ignora el autor que las competencias en materia educativa están en manos de las Comunidades Autónomas, por lo que para evitar el sesgo informativo, repasa con exhaustividad los logros normativos alcanzados en estos territorios.

Por último, se encomienda a una visión de la literatura especializada, citando a numerosos autores que en las últimas décadas se han ocupado y preocupado por la temática en cuestión.

El quinto capítulo, “Proceso a seguir en la integración del educador social en el sistema escolar”, centra la importancia del reconocimiento desde la literatura especializada a esta figura profesional para su inserción es la estructura del sistema educativo. Pero es preocupante la ausencia de la escuela como ámbito de desarrollo profesional en los “Documentos Profesionalizadores” de 2007, en línea con la propuesta del plan de estudios de 1991 de la diplomatura, donde se confería un papel socioeducativo. Después, bien es cierto, bastantes publicaciones han reivindicado y justificado la presencia de este profesional en los centros escolares y en las distintas etapas educativas. Así se constata en la actualidad, donde la presencia se asume en el desarrollo de programas educativos que inciden directamente en la convivencia escolar, pero que lastran la integración en el programa escolar reglamentario. El acceso al cuerpo docente, regulado desde 2007 por Real Decreto, también se presta a confusión, como explica el autor desde la normativa aprobada.

Por último, aborda los planes de estudio universitarios para demostrar que no existe una carencia formativa de estos estudiantes, futuros profesionales de la Educación Social, en cuanto a materias relacionadas directamente con el ámbito educativo, léase Didáctica General, Teoría de la Educación, Psicología del Aprendizaje o Sociología del Aprendizaje. También se hace referencia a las competencias establecidas para el título, donde se analiza pormenorizadamente las tres funciones aludidas en el capítulo 3: educadora, relacional o de convivencia y comunitaria.

El sexto capítulo, “Integración escolar de la Educación Social: un programa de actuación”, precisa cómo debe ser esta integración: ser uno más en el esquema educativo de la estructura pedagógica. Y además la determina a que sea una acción sistemática, de soporte, mediación y transferencia que favorece el desarrollo de la sociabilidad del sujeto a lo largo de toda la vida. Propone un cambio necesario del modelo educativo, donde además de los pilares tradicionales, formativo y de desarrollo personal del sujeto, se añada un tercero: la socialización del alumnado. Este modelo que propone el autor responde a unos principios fundamentales, como lo son profesionalizar la enseñanza, enriquecer los procesos, socializar la convivencia y mejorar el potencial del alumnado.

El último capítulo, bajo el título “Una apuesta de futuro”, incide en este momento del cambio que describe un nuevo panorama, tanto en la sociedad como en la escuela, donde lo social es la materia pendiente, por lo que ha de incorporarse a la formación de los futuros maestros, para conseguir efectividad y realismo educativo. Propone, finalmente, socializar la escuela con un currículo adaptado a cada contexto. También modificar el modelo educativo a los tiempos actuales, con la globalización primando por encima de otros intereses. Esto supone enriquecer la figura educadora, incorporando elementos socializadores a su desarrollo y desempeño profesional. Por último, apuesta por optimizar procesos en esos nuevos escenarios en donde nos movemos.

Animamos a la lectura de este libro, con un argumentario científico y riguroso de una figura que ha de tomar mayor preponderancia en el ámbito educativo, no ya como apuesta de futuro, sino de hoy.

Juan Carlos Sánchez HueteDoctor en Filosofía y Ciencias de la Educación. C.E.S. Don Bosco (adscrito a la UCM) jcshuete@cesdonbosco.com

La realidad del «no retorno»

Dicho así, con gran aparatosidad publicitaria, cualquiera que lea la noticia, puede interpretar que toda una generación que hace una década iniciara el éxodo para buscar el trabajo y la esperanza que en la región se les negaba, vayan a volver, como si ahora nos hubiéramos transformado en su nueva tierra prometida. Nada más lejos de la realidad. Veamos cuáles pueden ser las causas y los efectos de la medida que nos han anunciado.

Con gran algarabía, y mucho efecto, sobre todo periodístico, nuestros gobiernos, quizás movidos por buscar noticias de mayor efecto en la población en un momento como éste, anuncian un plan que facilite el retorno de nuestros jóvenes emigrantes, a la región. Son cerca de 45000, los emigrantes censados, pero la medida alcanzará, en la más optimista de las previsiones, a un millar de ellos, aunque en la web «volvemos.org» sólo tienen registrados menos de ciento cincuenta. Será que no da el dinero para más. Quizás sea necesaria también una mínima reflexión sobre el tema, aunque sólo sea por respeto a las muchas emociones que una medida de este tipo, despertará en una gran cantidad de hogares en la región.

¿Causas? Siempre se han situado en la crisis económica que vivió este país a partir de 2008. Un argumento de fácil justificación que en realidad oculta su verdadero origen: estos jóvenes hacían la maleta, totalmente desilusionados por una sociedad que les daba la espalda e ignoraba por completo el esfuerzo que habían hecho los años precedentes, contra corriente, para alcanzar una notable formación que su entorno no supo ni por lo más remoto valorar. ¿Se fueron? Claro, no se les ofrecía ninguna alternativa; ¿dónde? en esencia iban buscándose la vida, hasta llegar a aquellos destinos donde sencillamente les valoraron y los reconocieron con un sueldo y un entorno digno en el que vivir. Traducido, se trata sencillamente de rememorar unos años bastante problemáticos, en los que la crisis iba minando los hogares, con el vacío que se le estaba haciendo a esa juventud llamada a tomar un testigo, que no tuvieron. Unos políticos, los mismos que ahora enarbolan la bandera del retorno, que les abandonaron impunemente, sin saber aplicar una política de efectiva prevención, ni apoyaron en absoluto, la necesidad de gestar el necesario tejido socioeconómico que hubiera evitado la huida masiva que tuvimos que sufrir. Todo por su inoperancia.

Hoy, como digo, se enarbola el reconocimiento entonces negado. ¿Cómo? Leo con sorpresa la noticia, que además de dar por hecho el interés de estos jóvenes por volver, nada dice de las condiciones a las que somete el retorno. Me parece una forma de jugar nuevamente con las ilusiones, esta vez de sus familias, que son las únicas que sufren la distancia. Les invito simplemente a visitar el aeropuerto cualquier día que haya un vuelo hacia europa. Podrán comprobar la magnitud de ese éxodo. Y el poco interés de nuestros hijos, por volver. ¿Qué les ofrecen, que no sea lo que ya tienen? Marcharon en busca de una vida mejor, más digna. ¿Volverán? Si el único motivo es reunirse con sus familias que permanecen aquí, es algo que ya tienen. Porque el reencuentro tiene lugar cada trimestre, cada semestre o cada año. Unos vienen otros vamos, pero nos juntamos, que es lo que nos preocupa. La familia es el único estamento que no les ha dado la espalda. Siempre ha estado ahí.

¿El retorno les ofrece una vida igual de digna que la que ya (a base de mucho esfuerzo), se han construido allí fuera? Han enraizado en otro lugar, han conocido nuevas empresas, han creado familias, han hecho nuevos amigos y con ellos formado lazos de relación y convivencia, han aprendido a vivir con un nivel, social, cultural, económico, lingüístico y familiar, que ahora dudo que estén dispuestos a romper de nuevo, para volver a sus orígenes. ¿Dónde están sus círculos de amigos, aquellos que dejaron al marchar, después de una década? ¿Tienen que volver a empezar desde cero, otra vez? ¿Qué empresas les esperan aquí? La política vivida estos años no ha alcanzado ni con mucho el nivel socioeconómico con el que ahora viven. ¿Venir para qué? ¿Estamos en condiciones de ofrecer un retorno que ofrezca continuidad a la vida que con tanto esfuerzo han alcanzado a vivir? Desde luego, medidas de este tipo, debieran superar informes sociológicos, para profundizar en la realidad cotidiana. Y desde la convicción de compensar lo que en el momento de su marcha se les negó, al menos eso, sepamos que si no va a ser en esas condiciones, no volverán. A cambio se nada, no. Al menos, iguálamelo, dirán. Y con razón. Mal que les pese a nuestros dirigentes de turno. Pónganse ustedes a trabajar, a cambiar la faz de esta región, que sencillamente, cuando se parezca a lo que hay por europa, ellos mismos, decidirán volver. Porque les interesará formar parte de una sociedad, que  vivirá con perspectiva de futuro. Mientras, dejen ustedes de vender humo.

La lectura en la escuela… reflexiones pedagógicas

>> ¿De qué hablamos cuando hablamos de lectura en la escuela?  <<

Artículo publicado en la Revista PLATERO,

nº 218, noviembre-diciembre 2018.

>> Descargar <<

2 de Octubre, Día Internacional de la Educación Social

Sabemos que, desde los años noventa, los Educadores Sociales vienen dedicando el día 2 de octubre, incluso confiriéndole carácter internacional, a darle mayor visibilidad a la profesión. Organizan actos de muy diverso tipo (son verdaderamente imaginativos), a lo largo de nuestra geografía. No fallan, asistiendo puntualmente a la cita. Por eso, los veremos este día, en nuestras calles, donde elevan su voz a la sociedad que les escucha (o al menos a esa parte de la sociedad que les quiere escuchar), convenidos como están de la contribución que supone para ella, su quehacer cotidiano.

La Educación Social es a una de esas titulaciones que han irrumpido en la posmodernidad de nuestras universidades, de un modo más bien sencillo (humilde, diríamos), silente, como si fuera una gran desconocida, que lo es; no tenemos más que preguntar en la calle, que la gente siempre reconoce desconocer el objeto de su trabajo.

Salvo que se haga referencia a sus obras. Porque esto sí que se sabe. Recuerden ustedes aquella referencia bíblica que decía: «por sus obras les conoceréis». Esta es una de esas profesiones que se conoce por su contribución a la sociedad del entorno. Todas las necesidades que seamos capaces de detectar, acaban apelando a su implicación, de modo que son únicamente educadores sociales quienes consiguen desembocar toda problemática en una efectiva integración.

Por su vocación, estos profesionales son así: les atrae y, les interesa, resolver los problemas de los demás, de manera efectiva. De ahí que se ocupen de educar, porque únicamente educando es como se cambian los esquemas de comportamiento social y se puede ofrecer un nuevo orden capaz de regular el necesario cambio.

Pero también por profesión, porque lejos de todo altruismo banal, se implican de modo directo a la transformación social, dejando en el empeño su vida. Son personas, comprometidamente entregadas, fieles a sus principios, convencidas de sus fines,… de ahí la constancia de su trabajo y la eficacia de la intervención.

De algún modo, todos, y señalo ese TODOS con mayúsculas para enfatizar el sentido absoluto del término, a lo largo de la vida nos hemos encontrado o vamos a necesitar la intervención profesional de algún Educador Social. Y sin saberlo aún, les quedaremos sumamente agradecidos. Bien sea porque tengamos algún familiar que haya sido atendido convenientemente en un geriátrico, para quien el estímulo sensorial y el desarrollo neuronal presenten cierta, urgente e imprecisa necesidad. O quizás, sea porque los tengamos de vecinos, en el barrio, planteando propuestas formativas regladas o no, eso no es lo importante, pero satisfaciendo las necesidades de educación de los adultos, liderando el movimiento social o atendiendo cualquiera de las necesidades que responda al compromiso de enriquecer a las personas, pues su ética profesional así les dicta. También están en los centros sanitarios. ¡Cómo no!, donde la familia, los pacientes o incluso los propios profesionales que les atienden, requieren una orientación que permita dignificar la situación y mejorar el contexto, aunque sólo sea porque en óptimas condiciones, el dolor se sobrelleva mejor. Incluso podamos encontrarlos, sin concederle mayor importancia, en la cotidianidad de las familias, donde su contribución resulta significativa cuando se trata de ofrecer atención a personas, o personitas, que presentan diversidad en su función social (discapacidad se decía antiguamente), bien por no ser tan potentes como se les exige, o porque su capacidad el entorno no se la reconoce; de cualquier modo, ese trabajo (tesón podríamos decir), por facilitar su integración resulta meritorio, pues ellos, sólo los que educan, son capaces de conseguir algo mejor: normalizarlos.

Así podríamos ir enumerando contextos de intervención, reales, perfectamente identificables en el entorno, en los cuales algún lector quizás pueda verse reflejado. No obstante, se trata de una nómina, que puede ser enriquecida con planteamientos que se refieran a una intervención general de la Educación Social. Actuaciones de las que la propia sociedad, de un modo absoluto, como estamento, se beneficia y aprovecha. Como por ejemplo cuando institucionaliza la atención a los mayores, a los menores, a los migrantes, a los excluidos, a los itinerantes, a cuantos dependientes de muy diverso género y condición conviven con nosotros, los ausentes, por su estatus de reclusión, o a los que no, porque se encuentran aislados, formando minorías o encarando carencias primigenias (por hambre o sed, incluso de cultura o desarrollo sostenible). Hay un largo etcétera de necesidades, tan largo como queramos, porque en esa condición de social que reza en su apellido, entra absolutamente todo. Y la miseria, sólo se corrige, educando a la sociedad. De ahí ese nombre de EDUCADORES que llevan estos profesionales, porque es a lo que se dedican, a educar socialmente.

Creemos que ya no se les puede pedir más. Por eso, la sociedad ha de plantearse con rigor, su importancia, la necesidad que tiene de contar permanentemente con su intervención y por ende, la obligación de satisfacerla brindando los medios necesarios. ¡Ay, Señor!, con los dineros hemos topado. Toda crisis, lo primero que damnifica, es a este sector. ¡Qué triste! ¿Les parece a ustedes lógico? Ahí lo dejo, saquen sus propias conclusiones. De momento, en este señalado día, yo les invito a sumarse a la iniciativa, y dedicar conmigo un sencillo y sincero homenaje a todos nuestros Educadores Sociales.

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>> Articulo publicado en la página de OPINIÓN, de  EL DIARIO MONTAÑÉS, día 02.10.2018, pág.30  >>> descargar

 

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La educación social en el ámbito sanitario

Recientemente, el Gobierno de Cantabria ha publicado la Orden SAN/62/2017 por la que se crea la categoría de “Técnico Medio-Educador Social” en el ámbito de las Instituciones Sanitarias del Servicio Cántabro de Salud (SCS). A la luz de este acontecimiento conviene plantearse una fundamentación teórica que justifique la presencia de estos profesionales en los ámbitos de Hospitalización y Atención Primaria del Sistema Nacional de Salud, y ofrecer algunas propuestas de acción que nos permitan ir abriendo el camino de la Educación Social en este ámbito, mejorando la oferta de servicios, promocionando la participación de los ciudadanos y favoreciendo la consecución de una mejor calidad de vida.

Rocío Gutiérrez Fernández y José Quintanal Díaz
Artículo publicado en el número 27 de la Revista de Educación Social
(julio-diciembre 2018) Págs. 251-273
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Un musical, un libro y mucha gratitud…

Han pasado más de cuarenta años, cuarenta y dos, exactamente. Para calcularlos, no he tenido más que buscar en google qué año se estrenó en España la película que quizás haya sido el musical más revolucionario del siglo veinte: Jesucristo Superstar. Hoy, mi corazón está vibrando al ritmo que evocan sus primeros compases, tan conocidos, tan pegadizos… Soy consciente de estar manifestando la misma emoción que me embargara aquella tarde de abril, del año mil novecientos setenta y cinco, cuando tuve la gran suerte de asistir al estreno, con unos cuantos compañeros del instituto, en el Cine Coliseum… Como os lo cuento, han pasado más de ocho lustros, y sentado en esta grada del Regent’S Park Theatre, tampoco alcanzo a controlar la emoción. La misma. Me desborda y, cuando esto me sucede, hablo, hablo y hablo sin control. Incluso me doy cuenta que lo hago. Mi esposa, que me acompaña, paciente me escucha y, pese a que las canas ya me permiten lucir un cierto aspecto respetable, el señor del asiento de atrás, rechista con furia, para que me calle. Uf, perdón…

Resulta sumamente gratificante, tener la posibilidad de retrotraerse en el tiempo. Y aunque se diga que cualquiera tiempo pasado fue mejor, el de hoy supera todo sentimiento de placer que jamás recuerde haber tenido. Corría aquel año setenta y cinco, cuando un joven sacerdote, a quien, por la cercanía, llamábamos Carlos, verdaderamente comprometido con la pastoral juvenil, cargara en una furgoneta, un grupo de imberbes mozalbetes, algunos enseres y tanta ilusión que hasta se salía por las ventanillas. Ah, y un libro… luego os hablaré de él. Al volante va una joven también religiosa, Rosa, tan convencida como él, y tan convincente también. Con emoción, cierta dosis de curiosidad, y una total entrega, de la manera más natural, se pone en marcha una experiencia que para nosotros resultará mágica y…, casi, casi iniciática… ¿cómo podemos si no denominar una vivencia capaz de otorgar sentido a nuestras aún desconcertadas vidas? Que unos jóvenes, estos mismos de la furgoneta, en unos pocos días, a base de diálogo y reflexión, vuelvan dispuestos a comerse el mundo, con hambre, mucho hambre de vivir. Con ganas de sentir la vida, una vida, en primera persona del plural. Doy fe, que así fue.

Aquella furgoneta sólo hizo dos paradas, y tras la segunda, el misterio, en mí, se había obrado. El rumbo que desde entonces he seguido, siempre ha encontrado su sentido en el compromiso que durante ese retiro, por propia convicción, adquirí con el ser humano. Ha brujuleado permanentemente, situándome en una posición tan bien orientada, que me fue señalando el mismo norte durante todos los días de mi ya larga vida. Estos cuarenta y dos años, y los que aún me faltan por vivir, os aseguro que han estado marcados, por esa experiencia. Tal fue su calado, profundo… jamás se lo agradeceré suficientemente.

La primera parada, como acabo de explicar, la hicimos en el cine. Hoy, este hecho casi resulta cotidiano, habitual. Entonces, aunque al cine se iba mucho, no al de la capital. Quizás por eso, nos emocionaba. Aunque no lo creo, porque nuestras dieciocho primaveras, ya estaban rezongando todas las mariposas de la juventud. Quizás fuera el cine, la película, el viaje en grupo, lo extraordinario de la excursión, la convivencia, la superficialidad de las emociones y la rotundidad con que afrontamos una lectura en grupo del libro, emoción tras emoción, todo novedoso, e interesante, lo que activara el intelecto. O quizás, el libro, la historia, su identidad o su simplicidad, Juan Salvador Gaviota. Nada del otro mundo, todo lo extraordinario del ser humano, volando a ráfagas, como lo hace la gaviota… Qué visión la de Carlos al elegir la obra, qué acierto el musical, y qué atinados todos y cada uno de los impulsos que fueron capaces de convertir la “salida” de cuatro días, en una vivencia única, singular, excepcional y profunda, intensa.

Cuánto goce, con tan poco. Yo era, como ustedes pueden intuir, uno de aquellos mozucos, el más imberbe de todos, pero también, el más convencido. Tanto es así, que me marcó para siempre, dando sentido a cuanto luego he sido capaz de hacer: resultó un compromiso irrenunciable, una convicción grabada a fuego, una identidad… Aquella vivencia, la experiencia de aquellos cuatro días, desentrañando dos mensajes que acabaron haciéndose uno, resultó esencial, pues no en vano, ha venido dirigiendo mi sentimiento, mi pensamiento, mi ser hasta hoy, que al escuchar los compases de la overtura, entre los robustos árboles del parque londinense, han vuelto a emerger con fuerza e intensidad, permitiéndome la sensación de recuperar la esencia de aquella juventud que entonces se estrenaba. Aquel Carlos nunca supo, de la importancia de lo que hizo. Para él estoy seguro que fue algo espontáneo, natural. Porque lo vería hasta lógico, reunir un grupo de chicos, para hablar y dialogar sobre lo más sencillo de la vida: la esencia de una juventud tan necesitada de comprensión, y aceptación, que le mueve el ansia de libertad. En cuatro días, esos impulsos, nos los canalizó: Neil Dyamond puso la música, Richard Bach escribió el guión, la película la teníamos y… Carlos, con sabiduría, no tuvo más que hacer que todo fluyera… hoy, que me reencuentro con ese pasado representado en este escenario, únicamente siento gratitud, reconocimiento, no más. Carlos nunca supo lo que hizo, porque sólo hacía el bien. Vaya si lo hacía.

Aunque pasados tantos años, el joven recién ordenado, haya recibido ya el capelo cardenalicio, tengo la sensación que nada ha cambiado. Su corazón es el mismo. Le oí latir un día que nos encontramos, cuando me abrazó. No me extraña, por Dios. Si entonces, con naturalidad y espontaneidad fue capaz de obrar tales obras en nosotros, que éramos tan cerrados,… y nos abrió ese corazón de par en par, cuánto bien ha tenido que ir repartiendo por donde pasó. Mucho, seguro.

Lo he visto. Han pasado muchos años, pero sigo viéndolo, igual. Porque lo veo y lo reconozco. Lo reconozco como hace cuarenta y dos años, por sus obras. Así es como se reconocen los hombres de dios. Carlos, Don Carlos, o como ahora se le nombra, por su rango, Eminentísimo, Cardenal Osoro, toda mi gratitud, emocionada, hoy deposito en este musical que, ya en la madurez de la vida, vuelvo a ver y a sentir. Esto sí que es vivir. Y todo te lo debo a ti. Porque obraste el milagro, de emerger esa bondad que cada uno escondemos.

Y ahora, discúlpenme, que tengo que seguir comentando a mi esposa la obra. Ella la conoce tan bien como yo, pero sabe mejor que nadie, lo necesario que para mi es, comentársela. Una vez más, como hice tantas veces con el libro que Carlos me regaló, o con en el disco que me acompaña en el ipod, son sentimientos, experiencias de vida, que confluyen en aquel ansia de libertad que tan bien, él nos supo depositar. Este hombre, humilde, con su bondad, lo hizo. “Aeternum, gratia”. Suena la overtura…

En recuerdo de un maestro… D. RAMÓN PÉREZ JUSTE

In memoriam…

El pasado 13 de enro de 2017 fallecía mi amigo y admirado profesor D. Ramón Pérez Juste. He de decir que para mí ha sido un auténtico lujo compartir con Ramón cátedra y aula. Él fue mi profesor en la asignatura de Métodos de Investigación que cursé en la Licenciatura de Educación. Como tal, le recuerdo, al igual que cuantos le conocimos, como un referente de lo que es el BUEN profesor. Luego, en la UNED, fuimos compañeros de Departamento y compañeros de asignatura. Precisamente Métodos de Investigación en el Grado de Pedagogía. De esos años, que compartimos en la Facultad, me quedó el referente de un BUENA persona. No se puede decir nada mejor de quien ya he convertido en un referente, en MI MAESTRO.

Os comparto aquí el programa que se emitió el día 31 de enero de 2017 en Radio 3, de Radio Nacional de España. Fue uno de los más entrañables podcast, de la serie EDUCACIÓN AL DÍA, que grabé en la UNED. Vaya con este programa, mi reconocimiento a la memoria de éste, MI AMIGO y MI MAESTRO.

EDUCACIÓN AL DÍA: Podcast. Radio 3