2 de Octubre, Día Internacional de la Educación Social

Sabemos que, desde los años noventa, los Educadores Sociales vienen dedicando el día 2 de octubre, incluso confiriéndole carácter internacional, a darle mayor visibilidad a la profesión. Organizan actos de muy diverso tipo (son verdaderamente imaginativos), a lo largo de nuestra geografía. No fallan, asistiendo puntualmente a la cita. Por eso, los veremos este día, en nuestras calles, donde elevan su voz a la sociedad que les escucha (o al menos a esa parte de la sociedad que les quiere escuchar), convenidos como están de la contribución que supone para ella, su quehacer cotidiano.

La Educación Social es a una de esas titulaciones que han irrumpido en la posmodernidad de nuestras universidades, de un modo más bien sencillo (humilde, diríamos), silente, como si fuera una gran desconocida, que lo es; no tenemos más que preguntar en la calle, que la gente siempre reconoce desconocer el objeto de su trabajo.

Salvo que se haga referencia a sus obras. Porque esto sí que se sabe. Recuerden ustedes aquella referencia bíblica que decía: «por sus obras les conoceréis». Esta es una de esas profesiones que se conoce por su contribución a la sociedad del entorno. Todas las necesidades que seamos capaces de detectar, acaban apelando a su implicación, de modo que son únicamente educadores sociales quienes consiguen desembocar toda problemática en una efectiva integración.

Por su vocación, estos profesionales son así: les atrae y, les interesa, resolver los problemas de los demás, de manera efectiva. De ahí que se ocupen de educar, porque únicamente educando es como se cambian los esquemas de comportamiento social y se puede ofrecer un nuevo orden capaz de regular el necesario cambio.

Pero también por profesión, porque lejos de todo altruismo banal, se implican de modo directo a la transformación social, dejando en el empeño su vida. Son personas, comprometidamente entregadas, fieles a sus principios, convencidas de sus fines,… de ahí la constancia de su trabajo y la eficacia de la intervención.

De algún modo, todos, y señalo ese TODOS con mayúsculas para enfatizar el sentido absoluto del término, a lo largo de la vida nos hemos encontrado o vamos a necesitar la intervención profesional de algún Educador Social. Y sin saberlo aún, les quedaremos sumamente agradecidos. Bien sea porque tengamos algún familiar que haya sido atendido convenientemente en un geriátrico, para quien el estímulo sensorial y el desarrollo neuronal presenten cierta, urgente e imprecisa necesidad. O quizás, sea porque los tengamos de vecinos, en el barrio, planteando propuestas formativas regladas o no, eso no es lo importante, pero satisfaciendo las necesidades de educación de los adultos, liderando el movimiento social o atendiendo cualquiera de las necesidades que responda al compromiso de enriquecer a las personas, pues su ética profesional así les dicta. También están en los centros sanitarios. ¡Cómo no!, donde la familia, los pacientes o incluso los propios profesionales que les atienden, requieren una orientación que permita dignificar la situación y mejorar el contexto, aunque sólo sea porque en óptimas condiciones, el dolor se sobrelleva mejor. Incluso podamos encontrarlos, sin concederle mayor importancia, en la cotidianidad de las familias, donde su contribución resulta significativa cuando se trata de ofrecer atención a personas, o personitas, que presentan diversidad en su función social (discapacidad se decía antiguamente), bien por no ser tan potentes como se les exige, o porque su capacidad el entorno no se la reconoce; de cualquier modo, ese trabajo (tesón podríamos decir), por facilitar su integración resulta meritorio, pues ellos, sólo los que educan, son capaces de conseguir algo mejor: normalizarlos.

Así podríamos ir enumerando contextos de intervención, reales, perfectamente identificables en el entorno, en los cuales algún lector quizás pueda verse reflejado. No obstante, se trata de una nómina, que puede ser enriquecida con planteamientos que se refieran a una intervención general de la Educación Social. Actuaciones de las que la propia sociedad, de un modo absoluto, como estamento, se beneficia y aprovecha. Como por ejemplo cuando institucionaliza la atención a los mayores, a los menores, a los migrantes, a los excluidos, a los itinerantes, a cuantos dependientes de muy diverso género y condición conviven con nosotros, los ausentes, por su estatus de reclusión, o a los que no, porque se encuentran aislados, formando minorías o encarando carencias primigenias (por hambre o sed, incluso de cultura o desarrollo sostenible). Hay un largo etcétera de necesidades, tan largo como queramos, porque en esa condición de social que reza en su apellido, entra absolutamente todo. Y la miseria, sólo se corrige, educando a la sociedad. De ahí ese nombre de EDUCADORES que llevan estos profesionales, porque es a lo que se dedican, a educar socialmente.

Creemos que ya no se les puede pedir más. Por eso, la sociedad ha de plantearse con rigor, su importancia, la necesidad que tiene de contar permanentemente con su intervención y por ende, la obligación de satisfacerla brindando los medios necesarios. ¡Ay, Señor!, con los dineros hemos topado. Toda crisis, lo primero que damnifica, es a este sector. ¡Qué triste! ¿Les parece a ustedes lógico? Ahí lo dejo, saquen sus propias conclusiones. De momento, en este señalado día, yo les invito a sumarse a la iniciativa, y dedicar conmigo un sencillo y sincero homenaje a todos nuestros Educadores Sociales.

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>> Articulo publicado en la página de OPINIÓN, de  EL DIARIO MONTAÑÉS, día 02.10.2018, pág.30  >>> descargar

 

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La educación social en el ámbito sanitario

Recientemente, el Gobierno de Cantabria ha publicado la Orden SAN/62/2017 por la que se crea la categoría de “Técnico Medio-Educador Social” en el ámbito de las Instituciones Sanitarias del Servicio Cántabro de Salud (SCS). A la luz de este acontecimiento conviene plantearse una fundamentación teórica que justifique la presencia de estos profesionales en los ámbitos de Hospitalización y Atención Primaria del Sistema Nacional de Salud, y ofrecer algunas propuestas de acción que nos permitan ir abriendo el camino de la Educación Social en este ámbito, mejorando la oferta de servicios, promocionando la participación de los ciudadanos y favoreciendo la consecución de una mejor calidad de vida.

Rocío Gutiérrez Fernández y José Quintanal Díaz
Artículo publicado en el número 27 de la Revista de Educación Social
(julio-diciembre 2018) Págs. 251-273
Enlace y descarga en pdf

Un musical, un libro y mucha gratitud…

Han pasado más de cuarenta años, cuarenta y dos, exactamente. Para calcularlos, no he tenido más que buscar en google qué año se estrenó en España la película que quizás haya sido el musical más revolucionario del siglo veinte: Jesucristo Superstar. Hoy, mi corazón está vibrando al ritmo que evocan sus primeros compases, tan conocidos, tan pegadizos… Soy consciente de estar manifestando la misma emoción que me embargara aquella tarde de abril, del año mil novecientos setenta y cinco, cuando tuve la gran suerte de asistir al estreno, con unos cuantos compañeros del instituto, en el Cine Coliseum… Como os lo cuento, han pasado más de ocho lustros, y sentado en esta grada del Regent’S Park Theatre, tampoco alcanzo a controlar la emoción. La misma. Me desborda y, cuando esto me sucede, hablo, hablo y hablo sin control. Incluso me doy cuenta que lo hago. Mi esposa, que me acompaña, paciente me escucha y, pese a que las canas ya me permiten lucir un cierto aspecto respetable, el señor del asiento de atrás, rechista con furia, para que me calle. Uf, perdón…

Resulta sumamente gratificante, tener la posibilidad de retrotraerse en el tiempo. Y aunque se diga que cualquiera tiempo pasado fue mejor, el de hoy supera todo sentimiento de placer que jamás recuerde haber tenido. Corría aquel año setenta y cinco, cuando un joven sacerdote, a quien, por la cercanía, llamábamos Carlos, verdaderamente comprometido con la pastoral juvenil, cargara en una furgoneta, un grupo de imberbes mozalbetes, algunos enseres y tanta ilusión que hasta se salía por las ventanillas. Ah, y un libro… luego os hablaré de él. Al volante va una joven también religiosa, Rosa, tan convencida como él, y tan convincente también. Con emoción, cierta dosis de curiosidad, y una total entrega, de la manera más natural, se pone en marcha una experiencia que para nosotros resultará mágica y…, casi, casi iniciática… ¿cómo podemos si no denominar una vivencia capaz de otorgar sentido a nuestras aún desconcertadas vidas? Que unos jóvenes, estos mismos de la furgoneta, en unos pocos días, a base de diálogo y reflexión, vuelvan dispuestos a comerse el mundo, con hambre, mucho hambre de vivir. Con ganas de sentir la vida, una vida, en primera persona del plural. Doy fe, que así fue.

Aquella furgoneta sólo hizo dos paradas, y tras la segunda, el misterio, en mí, se había obrado. El rumbo que desde entonces he seguido, siempre ha encontrado su sentido en el compromiso que durante ese retiro, por propia convicción, adquirí con el ser humano. Ha brujuleado permanentemente, situándome en una posición tan bien orientada, que me fue señalando el mismo norte durante todos los días de mi ya larga vida. Estos cuarenta y dos años, y los que aún me faltan por vivir, os aseguro que han estado marcados, por esa experiencia. Tal fue su calado, profundo… jamás se lo agradeceré suficientemente.

La primera parada, como acabo de explicar, la hicimos en el cine. Hoy, este hecho casi resulta cotidiano, habitual. Entonces, aunque al cine se iba mucho, no al de la capital. Quizás por eso, nos emocionaba. Aunque no lo creo, porque nuestras dieciocho primaveras, ya estaban rezongando todas las mariposas de la juventud. Quizás fuera el cine, la película, el viaje en grupo, lo extraordinario de la excursión, la convivencia, la superficialidad de las emociones y la rotundidad con que afrontamos una lectura en grupo del libro, emoción tras emoción, todo novedoso, e interesante, lo que activara el intelecto. O quizás, el libro, la historia, su identidad o su simplicidad, Juan Salvador Gaviota. Nada del otro mundo, todo lo extraordinario del ser humano, volando a ráfagas, como lo hace la gaviota… Qué visión la de Carlos al elegir la obra, qué acierto el musical, y qué atinados todos y cada uno de los impulsos que fueron capaces de convertir la “salida” de cuatro días, en una vivencia única, singular, excepcional y profunda, intensa.

Cuánto goce, con tan poco. Yo era, como ustedes pueden intuir, uno de aquellos mozucos, el más imberbe de todos, pero también, el más convencido. Tanto es así, que me marcó para siempre, dando sentido a cuanto luego he sido capaz de hacer: resultó un compromiso irrenunciable, una convicción grabada a fuego, una identidad… Aquella vivencia, la experiencia de aquellos cuatro días, desentrañando dos mensajes que acabaron haciéndose uno, resultó esencial, pues no en vano, ha venido dirigiendo mi sentimiento, mi pensamiento, mi ser hasta hoy, que al escuchar los compases de la overtura, entre los robustos árboles del parque londinense, han vuelto a emerger con fuerza e intensidad, permitiéndome la sensación de recuperar la esencia de aquella juventud que entonces se estrenaba. Aquel Carlos nunca supo, de la importancia de lo que hizo. Para él estoy seguro que fue algo espontáneo, natural. Porque lo vería hasta lógico, reunir un grupo de chicos, para hablar y dialogar sobre lo más sencillo de la vida: la esencia de una juventud tan necesitada de comprensión, y aceptación, que le mueve el ansia de libertad. En cuatro días, esos impulsos, nos los canalizó: Neil Dyamond puso la música, Richard Bach escribió el guión, la película la teníamos y… Carlos, con sabiduría, no tuvo más que hacer que todo fluyera… hoy, que me reencuentro con ese pasado representado en este escenario, únicamente siento gratitud, reconocimiento, no más. Carlos nunca supo lo que hizo, porque sólo hacía el bien. Vaya si lo hacía.

Aunque pasados tantos años, el joven recién ordenado, haya recibido ya el capelo cardenalicio, tengo la sensación que nada ha cambiado. Su corazón es el mismo. Le oí latir un día que nos encontramos, cuando me abrazó. No me extraña, por Dios. Si entonces, con naturalidad y espontaneidad fue capaz de obrar tales obras en nosotros, que éramos tan cerrados,… y nos abrió ese corazón de par en par, cuánto bien ha tenido que ir repartiendo por donde pasó. Mucho, seguro.

Lo he visto. Han pasado muchos años, pero sigo viéndolo, igual. Porque lo veo y lo reconozco. Lo reconozco como hace cuarenta y dos años, por sus obras. Así es como se reconocen los hombres de dios. Carlos, Don Carlos, o como ahora se le nombra, por su rango, Eminentísimo, Cardenal Osoro, toda mi gratitud, emocionada, hoy deposito en este musical que, ya en la madurez de la vida, vuelvo a ver y a sentir. Esto sí que es vivir. Y todo te lo debo a ti. Porque obraste el milagro, de emerger esa bondad que cada uno escondemos.

Y ahora, discúlpenme, que tengo que seguir comentando a mi esposa la obra. Ella la conoce tan bien como yo, pero sabe mejor que nadie, lo necesario que para mi es, comentársela. Una vez más, como hice tantas veces con el libro que Carlos me regaló, o con en el disco que me acompaña en el ipod, son sentimientos, experiencias de vida, que confluyen en aquel ansia de libertad que tan bien, él nos supo depositar. Este hombre, humilde, con su bondad, lo hizo. “Aeternum, gratia”. Suena la overtura…

En recuerdo de un maestro… D. RAMÓN PÉREZ JUSTE

In memoriam…

El pasado 13 de enro de 2017 fallecía mi amigo y admirado profesor D. Ramón Pérez Juste. He de decir que para mí ha sido un auténtico lujo compartir con Ramón cátedra y aula. Él fue mi profesor en la asignatura de Métodos de Investigación que cursé en la Licenciatura de Educación. Como tal, le recuerdo, al igual que cuantos le conocimos, como un referente de lo que es el BUEN profesor. Luego, en la UNED, fuimos compañeros de Departamento y compañeros de asignatura. Precisamente Métodos de Investigación en el Grado de Pedagogía. De esos años, que compartimos en la Facultad, me quedó el referente de un BUENA persona. No se puede decir nada mejor de quien ya he convertido en un referente, en MI MAESTRO.

Os comparto aquí el programa que se emitió el día 31 de enero de 2017 en Radio 3, de Radio Nacional de España. Fue uno de los más entrañables podcast, de la serie EDUCACIÓN AL DÍA, que grabé en la UNED. Vaya con este programa, mi reconocimiento a la memoria de éste, MI AMIGO y MI MAESTRO.

EDUCACIÓN AL DÍA: Podcast. Radio 3

 

Connecting people…

Leía hace ya una década, el blog de un reputado gurú de la comunicación, que se lamentaba del derroche de talento que estaba sufriendo nuestro país. Para sensibilizar mejor al lector con su idea, jugaba con las siglas que una conocida marca de automóviles, había popularizado a mediados de los noventa: JASP. Significaba «Jóvenes, Aunque Sobradamente Preparados», y destacaba la buena preparación que atesoraba nuestra juventud en los estertores del siglo XX, demostrando una muy buena preparación, que de algún modo nos tranquilizaba ante la incertidumbre que entonces parecía deparar el nuevo siglo que se avecinaba. El caso es que nuestro ilustre bloguero, quince años después, parecía lamentarse de no haber sabido aprovechar esa circunstancia, pues habíamos convertido esa generación tan sobrada de todo, en unos jóvenes que él llamaba «Extranjeros Sobradamente Preparados». De este modo, con sólo cambiar la vocal, la siglas eran parecidas (JESP) e introducían perfectamente la idea de transformación que tan negativamente valoraba el artículo en cuestión, ante el éxodo que estaba caracterizando la generación que con tanto esmero habíamos ido formando. Se estaban tirando por la borda, los mejores recursos de nuestra generación, se lamentaba.

Yo, ni qu376302_122644_1ito ni doy la razón, porque de todo hay. Ambos momentos tuvieron su «cosa», pues es bien cierto que la llamada generación de la transición gozó de unas buenas condiciones para su formación, que luego, queriéndolos mejorar a base de «Erasmus», lo que se consiguió fue enseñarles una vía de escape que tomaron nada más percibir la mínima zozobra. Lógico, lo tenían todo, por lo que no había más que lanzarse a la aventura. Y si algo les caracteriza, es precisamente, la necesidad de experimentar. En algunos casos, quizás demasiado, por eso acabaron volviendo. Los más aguerridos, ni hablar del peluquín. Llevaban recursos para sobrevivir e integrarse como es debido.

Hoy, nuestra juventud, ya se equipara a la de cualquier lugar del mundo. Pasan desapercibidos en la muchedumbre. Son como todos y disfrutan siéndolo. En este sentido, ha de permitírseme lamentar esta caracterización de los jóvenes de hoy. Aquí, en Helsinki, Londres, Alaska o Seúl, en Las Hurdes, como en la Patagonia, los jóvenes, todos los jóvenes, están sobradamente «conectados». Parangonando a nuestro colega del bolg, les etiquetaríamos como JAPC. Así, manteniendo la vocal, pues el carácter de extranjería la globalización se lo ha cargado y todos ahora ya están cortados por el mismo rasero. Y cambiando la última consonante: la preparación, como el honor en el ejército, a los jóvenes se les supone, de modo que lo que les caracteriza, en esta pequeña escala que estamos determinando en la evolución humana, es su peculiaridad de estar permanentemente conectados. De modo que si en los noventa, los jóvenes estaban sobradamente preparados (JASP) y en la primera década del siglo se transformaron en jóvenes extranjeros, igual de preparados (JESP), ahora ya lucen con sonrisa profidén el título de «Jóvenes autómatas permanentemente conectados» (JAPC). Porque lo son; no lo parecen, lo son. Unos perfectos autómatas. Aunque están, siempre se les espera, característica de su automatismo, que nos obliga a mantener conversaciones que provocan la sensación de ir siempre «en paralelo» (de otra conversación, u otras que ellos son capaces de mantener simultáneamente) y, obviamente, siempre en un contexto determinado por la red de redes. Esa cada vez más tupida red, que nos envuelve. No podemos negar la preparación que demuestran cuando mantienen en el propio espacio vital, un móvil, la tablet, el portátil,… todos con espacios, sesiones, temas y comunicaciones totalmente dispares entre sí. Y todas unidas a un mismo foco central de procesamiento. De este modo, es lógico que resulten auténticos autómatas; también autistas, porque parecen llevar su vida, aislados del entorno, en su mundo. No cuesta entenderlo porque es consecuencia de su conexión multibanda. Vayan ustedes con cuidado; pues si los desconectan, el problema se multiplica. Saltan chispas Yo les aconsejo no hacerlo y abordarlos en ese estado natural. Ahora, los jóvenes son así.

cpTomen buena nota de lo dicho, seguro que tienen alguno cerca. Levanten ustedes la mirada y alcanzarán a ver, alguno de estos sujetos JAPC (Jóvenes autómatas permanentemente conectados). Insistan ustedes, e intenten encontrar un hub, un punto débil en su sistema de protección por el que poder acceder al sistema central de comunicación; a su mente. No es fácil, pero insistiendo se consigue. No desconecta los otros enlaces, pero te permite un hilo de comunicación que, debidamente aprovechado, permite enlazar, hablar con él y quizás, hasta llegar a entenderse.

Podcast «Proyecto Manes-Emociones»

Podcast «Educación al Día» captura-de-pantalla-2016-10-11-a-las-12-25-49

La dimensión afectiva de la socialización política. Proyecto MANES-emociones, con el Profesor Miguel Somoza.

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Saber Docente desde la pedagogía poética

Recensión de la obra:

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SABER DOCENTE DESDE LA PEDAGOGÍA POÉTICA

Autor: José Cardona Andújar

Editorial UNED (ISBN: 978-84-362-7147-8)
Madrid: 2016.  255 páginas.

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Cuestión de educación…

Estoy convencido que la educación se encuentra bien repartida por nuestro mundo. Conozco animales que van sobrados de ella, personas que la irradian con equidad e incluso queda espacio para familias que la dispersan y esparcen por doquier, haciendo verdadero elogio de su iniquidad. Yo que me tengo por persona observadora, les aseguro a ustedes que no hay más que echar un ojo, en la cotidianidad de nuestras costumbres, para corroborar lo que les cuento. Es fácil encontrar referencias que confirmen ese reparto tan díscolo conque aparece la educación en nuestra vida. Es así sencillamente, como espero demostrarles, pues educa quien quiere, no quien puede. Voy con un ejemplo; sólo uno, por aquello de que para muestra nos baste un botón.

Un sábado o cualquier domingo, tiene lugar, con mayor asiduidad de la deseada, esta escena que describo. Protagonista, una familia, común, normalita, de las que abundan: un matrimonio y sus correspondientes churumbeles. El restaurante, cualquiera de esos que gustan porque te tratan bien y además se come. Acostumbro a visitar este tipo de bistró, con mi esposa, porque es donde se consigue saborear la sencillez. Bien pues ahí, ahí mismo, situamos la escena. Nosotros, acabamos de llegar; nos encuentran aún deleitándonos con la decoración de la sala y ojeando la carta. La familia, esa de la que les hablaba, llega enseguida y ocupa la mesa contigua que evidentemente, es de cuatro. Sus pequeños infantes, parecen muy graciosos desde el mismo momento en que entran, pues no tardan en ganarse al personal con muecas, sonrisas y cuantas carantoñas pueden ser ustedes capaces de imaginar. Las hicieron todas, todas, seguro; derrochando cordialidad, hasta que el maître con su llegada, consiguió igualarlos en simpatía. Les saluda y atiende vistiendo una sonrisa con la que parece dispuesto a ganárselos también a ellos (hasta aquí, nada que objetar, pues ésta siempre debe ser la máxima del servicio).

Al lado opuesto del comedor, otro matrimonio, sin hijos, los están ya sentando, esta vez, en silencio. Me llama la atención que la señora lleve dos bolsos. Descuelga ambos al mismo tiempo y los deposita, uno en el respaldo de la silla y otro a sus pies, en el rincón. El primero es muy llamativo, a la moda, de vivos colores y tamaño espectacular, como no podía ser de otro modo. El segundo, en cambio, se me antoja más recogido y discreto, si bien destaca en su cierre superior una arpillera, de color opaco, a juego con los tonos del bolso. No parece nada corriente, aunque sí he de reconocer que es bien discreto.

Como nos gustan los niños, aquéllos, los angelitos, arrastran por completo nuestro interés, y la conversación. Nos llama la atención, con qué rapidez han sido capaces de colonizar el espacio de las mesas colindantes a la de sus absortos papás. A ellos no les molestan, a juzgar por el feeling que ambos tienen con el móvil: lo devoran a dos manos y dos ojos. Pleno al cuatro. Los pequeños, por su parte, al carecer de tecnología, parecen estar más interesados en el jugueteo a ras de suelo.

Llega el primer plato. Para ellos, porque el nuestro ya lo hemos saboreado, en alterna conspiración con las miradas furtivas al exterior. Mientras esperamos el segundo, me llama la atención que al matrimonio del otro extremo, el maître le está tomando la comanda, más atento a lo que sucede en la sala que a sus deseos culinarios. Todo normal, nada que destacar, aunque confieso mi intriga por saber qué será lo que guardan en el segundo bolso. Lo ojean con frecuencia, quizás más de lo usual, así que no dejo de buscar indicios que satisfagan ésta, mi curiosidad.

Pero no puedo. Me distraigo sin querer. Los retoños que me han tocado como vecinos de mesa, concitan mi interés, como si los tuviera con un soga atados a mi cara. No puedo despegar mi atención de sus andanzas. Sorprendido, porque el nivel del juego, lo han subido de altura y el tono de la voz también, de modo que el salón y alguna que otra mesa, están ahora convertidos en su improvisado patio de juegos. Las sillas, ejercen de obstáculos, en una carrera que ya me parece absurda, aunque a ellos da la impresión de estar divirtiéndoles. Y digo me parece, porque el comentario de mi esposa, consigue hacerme caer en la cuenta de la habilidad que presenta la madre de los juguetones, para hacer diana, clavándoles una cucharada en toda la boca, sin despegar su mirada del display. Lo que eligieron debe ser muy sabroso, o al menos gustarles, porque la niña se relame cada vez que engulle uno de esos ataques que le lanzan. Ellos a lo suyo. Parecen sordos pero no mudos. Resuena un grito feroz de “estaos quietos” y… con las mismas, cada uno a lo suyo. De ese modo, el primer plato queda debidamente resuelto: sus padres a la faena y los infantes, campando a sus anchas, que tienen que demostrar lo alegre y feliz que es la infancia. Sin querer, cruzo la mirada con el maître, pese a lo cual, él no me ve, pues los está escrutando con ira contenida, lo que le hace ir perdiendo poco a podo la compostura y transformándolo primero en camarero y luego en iracundo sujeto, incapaz de comprender lo que le está sucediendo… (hace ya un buen rato que se esfumó su sonrisa profidén), .

En el lado opuesto, el matrimonio del silencio, sigue pendiente del bolso, que ahora sí, me deja entrever su contenido. O así lo interpreto por la blancura de una pelambrera: el perrito, como todos nosotros, quiere saber qué es lo que está sucediendo fuera. Dulce, tierno infante también él, pero sometido al rigor que imponen el respeto y la buena educación. Ni mu (perdón, quise decir, ni guau) ha dicho, aunque ya no pierde de vista a su dueña, en espera de que le pueda explicar lo que sucede. Ella se limita a corresponder con un gesto de silencio… El personal, por su parte, está tan pendiente de la guerra de los botones, que la sufren con resignación, ajenos a todo lo que es su entorno. Ni se han percatado de su presencia.

De modo que, resuelto o quizás saturado por el desconcierto de la situación, pido un par de cafés (el recurso del postre rápido, disimulado, para que no parezca que quiero hacer un mutis por el foro) y con enorme habilidad, pido la cuenta en la misma tirada. Mi esposa, que en eso es una lince, confirma la rectitud de mi decisión con una leve caída en su mirada: necesitamos salir a respirar, pues los pequeños, ya invaden incluso nuestro espacio vital, si bien, con parsimonia y laxitud, su padre es quien pone orden y nos colma de gratitud, al explayarse en un… “dejar tranquilos a los señores…”. Esta vez, quien “pasa” de ellos, es su madre, la madre que los parió.

perritoAsí que como podrán suponer, raudos y veloces, tomamos el café poniendo cuanto antes, tierra por medio. Y allí dejamos al resignado matrimonio, a su curioso perrito, a los padres ilustrándose y a sus pequeños, saturando la paciencia del personal y todo el mal rollo que se pudo generar en un momento.

Eso sí, nuestro paseo se relajó, con la conversación. Ambos coincidíamos, como estoy seguro que puede suceder con ustedes, en el corolario de la escena: todo es cuestión de educación. La familia, siempre educa. La familia, educa a los suyos. Sean niños o perros, estoy convencido que da igual; es cuestión de saber y querer educar. Así que no alcanzo a entender cómo permiten a ciertos pequeños, entrar a un restaurante, un lugar de solaz y deleite, higiene y respeto, en lugar de prohibir, casi sin fundamento, la entrada a niños mal educados. Ay, perdonen, que lo he debido decir al revés. Algún lapso de mi inconsciente, que sabe que prefiero a los perros que, recibiendo una educación igualmente válida por parte de sus progenitores, son capaces de comportarse y estar respetuosos e higiénicamente cautos, en cualquier lugar público; todavía hay quienes no entienden que hacen mayor mérito para entrar y compartir la mesa, el comedor y casi hasta la comida,…. porque no salen de su bolsita. ¡Ay, angelistos!¡Cómo me gustan, estos animalitos cuando están tan bien educados! Y miren que, como les digo, me gustan los niños.

El empleo público pierde el tren del futuro…

Carta abierta a MIGUEL ANGEL REVILLA, Presidente del Gobierno de Cantabria.

Con el debido respeto, me permito presentar en esta tribuna, algunas consideraciones que que me encantaría debatir personalmente, pero la carencia de un contexto adecuado en nuestra región, me lleva a planteárselas en la prensa.

Sr. Presidente, apelo en este momento a la reiterada manifestación pública que usted hace, de tener especial sensibilidad por la problemática social que nos rodea y, en virtud del compromiso que dicha manifestación supone, me gustaría ofrecer una seria reflexión al respecto.

De acuerdo al conocido y tradicional proverbio que ensalza la decisión de enseñar a pescar antes que dar un pescado a quien lo necesita, confío en su criterio, por considerar más importante solucionar la problemática social, que atenderla. Y entiendo que este matiz debe señalar el rumbo de toda política. Estoy seguro que la suya también. Pero hay una gran diferencia entre ofrecer atención a los problemas sociales y “educar” a sus protagonistas y agentes, para que se los gestionen adecuadamente, pues es la única manera que hay de salir del problema. La diferencia entre atención y educación, en el plano social, lo determina la temporalidad de la medida. Mientras que la primera resuelve lo inmediato, la educación requiere mayor especialización porque como digo, canaliza la salida necesaria en base a mejorar la condición humana y social de los afectados.

Le planteo la disyuntiva anterior en relación a la oferta pública de empleo que ha publicado el pasado día 31 de marzo el BOC (Decreto 12/2016). Pienso y creo sin riesgo de equivocarme, que de algún modo, esa oferta, permite entrever la orientación que el gobierno regional pretende dar a su política; también a la de carácter social. Desde luego, está claro que en su apuesta prima la atención, pues concita el interés de los profesionales correspondientes. Y no digo que no sea necesario, que sí lo es y seré el primero en apoyarlo, por importante. Pero la efectividad a largo plazo es nula al no dar cabida a la verdadera solución de los problemas sociales que se viven en Cantabria, habiendo planteado con visión política lo que se conoce como Educación Social. En su caso, esta convocatoria, lo ignora por completo. Le dejo aquí una perla nada más. Porque la oferta de Cuerpos Docentes (Decreto 8/2016) publicada en el mismo medio el 29 de febrero pasado, es más de lo mismo y nos daría para otro debate. Esta región parece empeñada en perder el tren del futuro; en este caso, ese tren que circula por la vía de lo social (y no precisamente es que sea una vía muerta, sino todo lo contrario). Sr. Revilla, si quiere atender debidamente la cuestión social, hay que hacerlo predicando, pero “con el mazo dando”.

Desde mi condición académica, como responsable formativo en una universidad pública, me ocupo de asegurar una formación de calidad a jóvenes universitarios que se nos presentan dispuestos a comprometer su vida con la problemática social de la región. Y quieren hacerlo desde una perspectiva efectiva, contribuyendo a “educar” la sociedad, para que en el futuro mermen esos problemas que en nuestro entorno, usted o yo, cada día, vemos. Ellos quieren ser Educadores Sociales y se les forma para ello, alimentando sus corazones de una ilusión, que les compromete a dedicar toda su profesión a ir libando esa problemática, educándola, con el único objetivo de erradicarla. Sin embargo, las esperanzas que cada día, tanto nos cuesta mantener, las fulminan este tipo de ofertas, que optan por profesionalizar la inmediatez a costa de cercenar cualquier visión de futuro. Lo entiendo, porque es la política que ahora “se lleva”, la del aquí y ahora; una fórmula que nada tiene que ver con esa otra visión, panorámica que necesita un tema de esta envergadura.

Desconozco quién pueda ser responsable de este planteamiento político, pero usted como cabeza visible del gobierno que nos rige actualmente, al menos debe tener conocimiento de ello y saberse responsable del planteamiento que se hace. Permítame que finalice mi atrevida carta abierta, instándole a realizar una reflexión profunda de esta cuestión, porque es tan grave el problema, que lo necesita. Muchas gracias.

Captura de pantalla 2016-04-13 a las 9.37.28Publicado en EL DIARIO MONAÑÉS. 11.04.2016 /Opinión, página 24. (pdf)

Importancia del ser social que todos llevamos dentro…

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Lección Inaugural del Curso Académico 2015-2016 en el Centro Asociado de la UNED en CantabriaImpartida el 16.10.2015 por D. José Quintanal Díaz

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Excelentísimas autoridades, civiles y académicas. Miembros del Consorcio. Queridos compañeros, tutores y personal de administración y servicios del Centro Asociado. Estimados alumnos, amigos todos.

Quisiera primeramente, agradecer al Centro Asociado de la UNED en Cantabria, en la persona de su director, la confianza que me otorga, al confiarme la lección inaugural de este curso 2015/2016. Ahora, permítanme, como no podía ser de otra manera, que comience, tomándome una doble licencia. Ya ven que, aprovechando el lenguaje del mus, empiezo con un órdago a la grande, tomándome no una sino dos licencias.

La primera es que, respetando el rigor que todo acto académico requiere, prescinda del boato y la magnificencia, tanto en el discurso, como en la expresión. Ésta, que es tierra que caracteriza a sus gentes por la cordialidad y la sencillez, consigue que hoy, aquí, con vosotros, me sienta literalmente, en casa. Por muchas razones. Una, muy importante, es corresponder a lo que he recibido de esta casa, que ha sido mucho. Hace unas décadas, era yo quien ocupaba esos bancos, en calidad de estudiante de esta Universidad, Y como fui uno de los muchos que nos hemos beneficiado de su carácter social, un matiz nada baladí también para el tema que voy a abordar, siempre mantuve un cierto vínculo emocional con la UNED. Como os digo, es motivo más que suficiente para que hoy me sienta entre vosotros, cómodo. Además, mi origen, igualmente sencillo, entre las montañas del Valle de Buelna, forjó en mí, ese carácter recio que sobre todo mis alumnos conocen bastante bien, pero de igual modo, imprimió un sentimiento, profundo, de arraigo a la tierruca. Vosotros sois testigos de que ésta es una cuestión fundamental en mi vida; lo mismo que en mi espíritu académico, pues me considero por encima de todo, comprometido con la cultura y con el desarrollo social de nuestra querida Cantabria. Me duelen sus cicatrices, lo mismo que brota en mi corazón el sentimiento de arraigo con todo lo que aquí sucede. De ahí que me haya concedido también la licencia de conferir un carácter más bien socioeducativo a esta lección inaugural que jjhe dado en titular: “Importancia del ser social que todos llevamos dentro”

Para hacer un planteamiento coherente de la problemática socioeducativa que vivimos actualmente, he de apoyarme necesariamente, en las fuentes documentales y en los datos de nuestra realidad contextual. Comenzaré por tomar referencia en la esencia de nuestra cultura occidental, que alberga la propia historia de la filosofía; un estudio elemental, de pronto destaca un hecho muy evidente: la persistencia histórica de la cuestión, pues desde la socrática mayéutica hasta la filosofía práctica de Habermas, siempre se ha constatado la necesidad que tiene el ser humano de ir por la vida en compañía. Sí, han oído ustedes bien, he dicho que no se puede estar sólo. Al igual que la base de la ciencia humana es que somos fundamentalmente agua, en nuestro lado humano, podríamos afirmar que somos seres sociales y, como tal, socializadores y socializados. Schopenhauer nos hablaba de miedo a la soledad, Baudelaire interpretaba su vida como el disfrute de los demás, Hobbes insistía en lo pesada que resulta la carga de la sociabilidad, Kant pensaba que la acción social es el medio a través del cual se realiza el fin último y perfecto de hombre… De un modo u otro, los grandes pensadores, han tenido clara esta idea de que nuestra vertiente más social, es la más importante para que el ser humano logre alcanzar un desarrollo pleno. Antes que todos ellos, lo había dicho bien claro y sin tantas florituras, Aristóteles, sentenciando que «el hombre es un ser social por naturaleza».

Pero con la misma claridad, hemos de reconocer que social, uno nace y… se hace. La convivencia se forja en la relación, en el día a día y se aprende a convivir de un modo inteligente. Es más, somos capaces hasta de disfrutar en la relación con los otros. Esto también nos diferencia de los animales, que conforman sus grupos de convivencia basados en criterios puramente objetivos, de jerarquía. Las personas, no. Cada uno somos capaces de construir nuestra propia estructura convivencial: yo elijo dónde, cómo y con quién vivo, y convivo, conformando en el grupo mi propio estilo de vida y de relación. Natorp, fue el primero en conferir un sentido social pedagógico al carácter social del ser humano. Este filósofo alemán, neokantiano, en los albores del siglo XX, apoyado en el pensamiento, tanto de Platón como de Pestalozzi, fue capaz de percibir el carácter social de la pedagogía, al interpretar el llamado «sociologismo pedagógico», según el cual, no se entiende el desarrollo humano al margen de la educación; y, de igual modo, nos demostró que ésta pierde todo su sentido cuando se desprende de su carácter social. Nos viene a decir que el hombre, el ser humano, en esencia, se perfecciona, en cuanto que forma parte y participa, socialmente de su entorno. Y yo he de darle la razón, porque mi vida, como estoy seguro que a todos ustedes también les sucede, no tiene ningún sentido, si no es por las experiencias que tengo cada día, con mi familia, con mis amigos, mis estudiantes y…   por supuesto, en mi UNED. Todos ellos son los que la llenan de contenido y dan sentido a cuanto hago, pienso, escribo y, hasta digo. Con todos, estoy convencido que sucede lo mismo, ya que cada uno con sus propios parámetros de referencia, es responsable de cuanto influye en su contexto de vida. No lo olviden, sobre todo lo que decía Aristóteles, que por naturaleza somos seres sociales y, necesitamos serlo. Quedémonos, de momento, con esta primera premisa de referencia, porque luego volveré sobre ella: somos seres sociales, responsables cada uno de nuestro propio contexto de vida.

Vayamos ahora con ese contexto en el que vivimos. ¿Saben ustedes cómo es? Desde luego que planteo una cuestión tan abierta, que la respuesta parece obvia. Así que lo matizaré un poco más. ¿Creen que la vida en nuestro contexto, esta vida que cada día construimos, presenta ese carácter eminentemente social, favorece la convivencia y la relación armónica entre todos nosotros? Alguno de mis estudiantes diría: defínenos «social», y define «convivencia», para que podamos responder a tu pregunta. Y no le faltará razón, al exigirme esa concreción, pues en esta cuestión es importante; lo haré y para ello no necesito más que acudir al diccionario. Particularmente me parecen conceptos bien claros, asumidos por todos, pero aún así, definámoslos, y hagámoslo sometidos a la norma académica: “convivir” se refiere a disfrutar la vida en compañía de otros, por lo que la convivencia resulta de hacer efectivo ese deleite que produce disfrutar de todos; eso es, de todos, de todos los que participan o les hacemos participar, de nuestra existencia. Por su parte, el término “social” no hace más que reforzar la idea de compañía, de compartir esa vida, contribuyendo al bienestar que todos, sin excepción, merecemos.

Permítanme que me enfunde de mi coherencia moral, para dudar que hoy día, se haga una interpretación honrada de estos términos. Es más, a lo largo de la historia tampoco la ha habido, pues se ha traicionado sistemáticamente en el ser humano su esencia social, en favor de una diferenciación cada vez más individualizadora. No resulta nada difícil demostrarlo; con leer la prensa cada día tenemos suficiente. ¿Creen ustedes que nos mostramos realmente solidarios? Bien fácil se lo pongo, cuando estos días todas las agencias de noticias nos invaden con majestuosas cifras que hacen ver la capacidad de acogimiento que cada lugar tiene, ante el drama y el dolor que viven algunos pueblos, errantes por el mundo mundial. Repito la pregunta: ¿se consideran ustedes, personas realmente solidarias? Hoy, aquí, en esta ciudad, en esta región, en nuestro país, en el viejo continente que habitamos, ¿se comparten y se viven en grupo los problemas de nuestros vecinos o amigos? Sigo dudándolo y mi cuestionamiento entronca directamente en el sentido humanista al que apelaba desde el inicio de su pontificado el propio Bergoglio, reclamándonos dar un sentido más solidario a nuestra convivencia: mirar al que vive a nuestro lado, estando atentos a lo que necesita. Comparto con él la convicción de que el Estado tiene la obligación de atenderlo. Y no olvidemos que el estado somos todos, todos nosotros, todos y cada uno de nosotros. No pensaba recurrir a los números en los que se cifra nuestra solidaridad, porque me parecen un escándalo, pero no me resisto: déjenme que les muestre uno, sólo un dato, uno, porque estoy seguro que les va a sorprender, como a mí. Cualquier buscador en internet nos permite conocer la dedicación que en sus presupuestos le otorgan a esta cuestión las distintas administraciones, nacionales, regionales o locales. ¿Saben qué parte de nuestros dineros se dedica a atender esas necesidades sociales? La ingeniería presupuestaria hace que los expertos manipulen las cifras con eficacia, ofreciéndonos resultados muy variables; tanto que esa dedicación llega a fluctuar entre el 0,5 y el 8%. ¿Qué quieren que les diga? Cualquiera de las dos cifras, me sonroja, porque tanto una como la otra, resultan ridículas. Sí, sobre todo si pretenden conferir identidad a frases tan grandilocuentes como las que utilizan algunos profesionales de la administración, explicándonos que ésta es su principal preocupación. ¿Ven por qué lo dudaba? En realidad, las cifras son un fiel reflejo de lo que nos rodea, así que no voy a insistir más en una situación que con este dato, queda debidamente dibujada y quizás avergüence alguna conciencia. Cuando el análisis de la realidad cotidiana presenta este cariz, uno piensa que estamos de algún modo traicionando la esencia de nuestro ser. De ahí que no sorprendan en absoluto estas situaciones de insensibilidad a las que parece que nos estamos acostumbrando. Pero de ellas dimana nuestra segunda premisa. ¿Recuerdan que la primera decía que “somos seres sociales, responsables de cuanto nos rodea”? Podemos ahora continuar diciendo que, esa responsabilidad parece pesarnos, ya que ante la cara más dura que nos presenta la convivencia, se mira a otro lado, consintiendo y potenciando una profunda brecha social.

No nos engañemos, que lo social,… ¿cómo se dice hoy?… no vende. Eso es, no vende. Al contrario compromete, pica y delata. Y lo social, lo tenemos aquí, al lado. Se refiere a lo más inmediato, a la carencia que muchos de nuestros congéneres, tienen de lo fundamental, o incluso imprescindible. Y tiene cara. La de algunas de esas personas que nos cruzamos en la calle, junto al portal o en el semáforo. Aunque estén ahí y pasen desapercibidos…. Son ellos. Tampoco resultará buena terapia el que nos justifiquemos. No es solución, no soluciona los problemas y tampoco consigue que se tranquilicen las conciencias. Porque están ahí y, como digo, tienen cara, de hombre o de mujer, de niño o anciano, de jóvenes y en algunos casos, seres queridos. Lo social, se viste con frecuencia con el traje de la necesidad, del hambre, el paro, la droga, el abandono, la pobreza, la miseria, el sectarismo, la violencia, el odio, el terrorismo, la xenofobia, el dolor, enfermedades, corruptelas, delincuencia, alcoholismo, hurtos, conflictos, racismo,… realidades que irrumpen desesperadamente, con riesgo, en nuestra vida. Realidades problemáticas, con las que sin querer, topamos a la hora de comer, durante el ocio, el paseo o en la cotidianidad de cualquier conversación. Se presentan de súbito y atentando la moralidad de todos nosotros. Porque los conocemos muy bien, porque están ahí, al lado, aunque no siempre sea cierto que las veamos o las queramos ver. Quiero decir, que llegamos a resultar completamente insensibles (o si no completamente, al menos un poco o bastante). Lo que sí es cierto, que las consecuencias son siempre graves, mucho: personas inadaptadas, aisladas o deslocalizadas (que es una forma moderna de referirse a quienes están obligados a sobrevivir, con el eje de sus vidas, desplazado), familias completamente desestructuradas, grupos marginados, guetos, lugares donde la vida se ha tornado tan difícil, que se devalúa constantemente, porque impera el dolor, el odio, el mal, porque se vive sin dignidad ni sentido, porque el único valor es el ahora y el aquí. Son realidades que, en quien las está sufriendo, generan miedo, estrés, pena, complejos, sumisión o rencor, y les provoca una herida que se hinca en el alma y raramente se cura. Pero, ¿y a nosotros? Estaría bien que al menos nos «moviera» (el corazón, quiero decir), que nos impeliera un poquito, porque no siempre es así.

No obstante, podemos estar tranquilos. Para ocuparse de este tema, la sociedad moderna ha profesionalizado la cuestión, inventando a los especialistas. Menos mal, pues la historia está plagada de ejemplos de abandono, oscurantismo, marginación, tabú, ostracismo o incluso ejecución, porque alguna vez los marginados también llegaron a sufrir esta forma de resolver su problema. Hoy, al menos, lo hemos oficializado, lo cual hemos de reconocer que no está mal, porque supone que al menos, estarán atendidos. Debidamente atendidos.

Eso sí, se lo aseguro: cuando alguno de estos problemas, se pone en manos de profesionales, se les atiende muy, pero que muy bien. A nivel institucional, se ha creado una gran variedad de organismos e instituciones, oficiales y no oficiales, nacionales y supranacionales, confesionales o laicas, todas altruistas, neutrales, serias, rigurosas. Son las llamadas ONG’s, (Organizaciones No Gubernamentales), Fundaciones, Institutos y Movimientos de toda orden y condición, que se ocupan del tema (¿o mejor, debiera decir del problema?); la cuestión es que lo hacen con eficacia, seriedad y rigor, lo que se traduce en “profesionalidad”. Y de igual modo, fruto precisamente de la necesidad, han surgido en todas ellas profesionales bien formados y debidamente especializados. Que son los que hoy se ocupan de atender estas cuestiones con la inmediatez que requieren. Hay de todo: Administradores que velan para conseguir que las instalaciones y los servicios resulten apropiados; trabajadores y educadores sociales que, ante la marginación se entregan atendiendo necesidades tanto personales como sociales, voluntarios que cubren con presteza las carencias que algunos de estos colectivos sufren: y también, un gran número de profesionales que, cada uno desde su área o especialidad, aporta la mezcla de conocimiento y acción que precisa la particularidad de cada caso. Todos suman, arrimando cada uno lo mejor que tiene, siempre con dedicación, entusiasmo y diligencia, sonriendo, dedicando su tiempo y, algunas veces incluso el de los suyos, sólo porque se les necesita, convencidos de estar siguiendo de la mano de los marginados, la senda de su vocación y de su convicción. Porque lo social, los problemas que presenta la brecha social, tienen una única solución, que se llama “solidaridad”. Y éstos profesionales que acabamos de significar, lo saben muy bien: son los únicos que encaran la problemática de frente, con convicción, sin miedo, seguros de lo eficaz que puede llegar a ser su intervención, directos por el único camino que lleva a «alguna parte». Sí, así es, lleva a la socialización, a disfrutar de los demás. Ahora toca lo más difícil que es convencernos a nosotros, convencernos a los demás.

Hagamos aquí un breve receso para dar corpus de identidad a esta nueva premisa que se incorpora a nuestra argumentación. Si las dos premisas precedentes indicaban que “nuestra naturaleza social nos hace a todos responsables de la brecha social”, ahora podemos afirmar con seguridad que la sociedad actual, ha profesionalizado la atención de esas necesidades de carácter social que se derivan de nuestra convivencia cotidiana. Y aunque todavía prolongue un poco el discurso, para completar la idea de pensamiento que quiero aportar, no quiero avanzar sin señalar que esto es lo más importante de cuanto yo les vaya a decir: “el lado social de nuestra vida, está en manos de los especialistas, profesionales de lo suyo”.

En el término “profesionales”, quiero eludir todo rasgo de individualidad, porque estoy convencido que la acción social requiere ser abordada en grupo. Es la única manera de conferir sentido holístico a la atención de las necesidades y hacer que la intervención resulte eficaz. Se trata de ser buenos profesionales, capaces de trabajar en equipo. Luego, del fondo de cada uno, cuando se implique de verdad, será preciso que emane lo mejor que lleve dentro. Y no todo será buena voluntad, porque “de buenas intenciones están los infiernos llenos”. Es importante que cada profesional tenga una sólida formación, lo más rica y completa y con el mayor acopio posible de experiencia. No extrañe pues, que las universidades estén ofreciendo propuestas con las que consolidar el bagaje inicial de estos profesionales. En la UNED, convencidos de esa necesidad, las Facultades de Derecho y Educación han sabido conferir un sentido integrador a una propuesta formativa novedosa, que permitirá a sus estudiantes cursar un Grado Combinado de Trabajo Social y Educación Social, precisamente para enriquecer la formación básica de ambas figuras profesionales, en torno a las cuales pivota la atención socioeducativa de la que venimos hablando. De este modo, estamos seguros que los profesionales que se formen, saldrán mucho mejor capacitados para dar ese enfoque global que requiere hoy en día la problemática social. Y esto es verdadera profesionalidad: saber, para saber hacer, solidez en la formación básica y experiencia en la vivencia personal de aquello que más les gusta a nuestros estudiantes: participar en la construcción de un mundo más humano, más social, aportar para que el llamado estado del bienestar, deje de ser una quimera y lo disfrutemos de verdad. Pero todos.

Sólo nos falta una última premisa para satisfacer con plenitud la esencia social de nuestro ser: el reconocimiento que la dedicación a lo social, debe tener de la sociedad en general. Un reconocimiento sincero, natural; al igual que sucede con otras profesiones, como pueda ser el caso de la sanidad o la educación, que a todos nos da tranquilidad saber que estamos en “buenas manos” atendidos por sus profesionales. En el plano social, para alcanzar el mismo nivel de convicción, se necesita una sensibilización generalizada de la función que desempeñan: son una pieza clave en el entramado social, cuya desestabilización podría resultar bastante problemática. Su importancia radica en su necesidad. Una necesidad que no nos inventamos, porque es una realidad. Los profesionales de la intervención socioeducativa ya están ahí, interviniendo, trabajando, educando, atendiendo la problemática social que es mucha y muy diversa. Pero les falta que nosotros les demos visibilidad. Esta es una cuestión de justicia. Se necesita valorar que su trabajo supone dedicación, dedicación por parte de los profesionales, pero también dedicación presupuestaria y dedicación personal, de cada uno de nosotros, acompañándolos, dignificando su trabajo como se merecen y reconociendo debidamente la tarea que a nosotros nos evitan. Que no es poca. Por eso termino apelando a vuestras conciencias, apelo al valor humano de nuestra vida. Porque en cierto modo, también cada uno de nosotros, hemos de sentirnos corresponsables de ella. Pues queramos o no, tarde o temprano, a todos nos va a tocar. Seguro. De momento, estemos tranquilos, que ellos ahí siguen, consecuentes con su vocación, trabajando para hacernos la vida un poco más solidaria y tranquila a la vez. Con esta convicción, el mañana, a mí, se me antoja aún más sereno, más gozoso; por eso concluyo asegurando que la entrega profesional, de cuantos desarrollan una labor social en nuestro entorno, conseguirá aflorar en todos nosotros, ese lado más humano y más solidario que llevamos dentro. Todos lo tenemos, no olvidemos que todos en esencia, somos eminentemente, seres sociales.

Muchas gracias.